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ESTÉTICA FORENSE

¿Qué podrían agregar a un juicio los árboles sobrevivientes de un campo de concentración o los escombros de un bombardeo? Incorporar al “foro” a testigos no humanos es una tarea esencialmente estética, ya que implica garantizar la emergencia de sensibilidades humanas capaces de escuchar su habla distinta.

m7red , Julián D'Angiolillo

Asamblea de humanos y no humanos, 2007
Investigación, conversación y video, 14’ 30”

m7red y Julián D’Angiolillo 

 

m7red es un grupo de investigación y activismo independiente enfocado en la descripción y traducción colectiva de escenarios urbanos complejos. Mauricio Corbalán y Pío Torroja comenzaron a trabajar en Buenos Aires en el 2005. 

“La creciente complejidad de las situaciones ecológicas y socio-técnicas en las que estamos inmersos implican niveles de incertidumbre que provocan conflictos y controversias; las distinciones radicales entre humanos y no humanos, entre expertos y no expertos, que alguna vez estabilizaron y marginaron aquellas incertidumbres y conflictos, son cada vez menos operativas. Necesitamos producir condiciones para poder describir y articular estos mundos heterogéneos. Nuestra práctica intenta de/construir estas controversias generando redes de traducción entre actores involucrados en situaciones complejas.”

Cuando una cuenca tripartita aloja una controversia que llega a la Corte Suprema de Justicia su condición de campo de batalla ecológico y político se vuelve evidente. Actores humanos y no humanos (aguas negras, poblaciones precarias, agencias gubernamentales, industrias contaminantes, técnicos, residuos, etc.) constituyen aquí una suerte de teatro urbano, de asamblea sin paredes, en donde humanos y no humanos pudieran tener algo que decir en una controversia pública. m7red diseñó, en sus propias palabras, un dispositivo escénico compuesto por una mesa con seis expertos de diversas áreas y una “voz” artificial que los interpelaba. El objetivo del dispositivo era hacer aparecer, colectivamente, a un actor privilegiado en este escenario: la «mierda urbana» de la cuenca. 

m7red propone ubicar el Riachuelo en el centro de una controversia. Eso supone designarlo como escenario de litigio y desacuerdo en el que los conocimientos técnicos y científicos no sólo no son capaces de reducir las dudas, sino que las amplifican. Pero también teatralizan la otra cara de lo controversial, la lucha por su representatividad, por constituirse –alguno de los actores– en su portavoz: desenmascaran el desacuerdo sobre la capacidad de un actor de hablar y decidir en nombre de otro(s). En esta asamblea de humanos y no humanos en la cuenca del Matanza Riachuelo se despliega una política que, al incluir las “cosas” en su “parlamento”, ensancha el mundo de lo común. 


Por Daniela Gutiérrez
Juan Sorrentino

A Tree Ashes, 2019
Cubo de vidrio y hierro, frecuencia de 32Hz, silencio, sistema de audio, cenizas de un árbol (quebracho), 84 x 84 x 84 cm

Juan Sorrentino – (Pcia. de Chaco, 1978) Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires.

 

Sorrentino trabaja el sonido como fuerza para crear conciertos e instalaciones electrónicas, acústicas y multimedia que le permiten explorar materiales, lenguajes visuales, contextos poéticos e imaginaciones colectivas. Sus trabajos fueron presentados en distintas exhibiciones de Suramérica, Estados Unidos y Europa, también ha recibido numerosos premios: UNESCO-Aschberg Bursaries for Artists; the Residence Prize of Bourges; Fondo Nacional de las Artes (FNAC); el Instituto Goethe de Córdoba; y el Ministerio Cultural de España Reina Sofía, entre otros.

 

Su obra A Tree Ashes (2017) se trata de un cubo de vidrio, madera y hierro que en su interior tiene un speaker de baja frecuencia (47Hz). Con esos elementos, el artista contiene y equilibra un puñado de cenizas de árboles que el cubo lleva en su interior.

 

Se activa el parlante, la sala de exhibición se inunda de frecuencias bajas. Cada cuatro minutos, las cenizas se expanden dentro del cubo respondiendo a la fuerza del sonido y del silencio. Podría ser la escucha de un árbol que cae a la distancia, pero no hay golpe, hay resonancia. El espacio vibra simpatizando con la voz espectral de ese árbol que ya no está. Ventriloquia de la obra. El sonido, como el humo que lo acompaña en A tree ashes, no tiene bordes, no tiene forma. Es el espacio que ocupa lo que está entre obras, objetos, relaciones. Permite escuchar, en su volumen difuso, la indivisibilidad permeable y expansiva de la obra que se extiende a la indivisibilidad permeable y expansiva de un mundo que rechaza separar, nombrar y ver las cosas, en favor del encuentro y la experiencia del continuo.

 

Las cenizas en el cubo parecen remitir a aquello que excede, en el espacio geográfico, a la posibilidad de control. El polvo que se levanta en las calles de tierra, característico de la provincia donde Sorrentino nació, aparece entonces como reminiscencia de su pasado. Y aunque la obra fue realizada en 2017, es también evocativa de un presente donde las infinitas entidades sonoras y no humanas que habitan el monte chaqueño son uno de los lugares más afectados por los incendios y el desmonte durante la pandemia del SARS-CoV-2. De ese modo, la obra se inscribe en múltiples registros temporales que hacen polvo las linealidades y las cronologías marcadas. El tiempo de la obra es un tiempo vibrátil, en relación constante con espacialidades dañadas y pasibles de extinción.


Por Agustina Wetzel - Florencia Curci
m7red , Forensic Architecture

Sandra, 2014
Investigación, entrevistas, campo, video color, sonido estéreo, 13' 25"

En colaboración con (FIBGAR), Baltasár Garzon

m7red y Forensic Architecture

 

m7red se define como un espacio de investigación y activismo que busca describir y traducir de forma colectiva “escenarios urbanos complejos”. Surgido en 2005 como una iniciativa de Mauricio Corbalán y Pío Torroja (ambos estudiaron en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires), tiene como objetivo pensar las condiciones de posibilidad de articulación y redistribución de la potencia de actuar entre las entidades que pueblan los diversos mundos dentro de este mundo. Especialmente interesado en la traducción entre actores heterogéneos dentro de lo que podría llamarse (latourianamente) el gran Parlamento de las Cosas, el colectivo busca imaginar y establecer redes de diálogo en situaciones conflictivas o controversiales. Siempre a través de asociaciones postdisciplinarias con artistas, profesionales, científicos o miembros de determinadas comunidades, m7red ofrece una serie de investigaciones metodológicas para el ensamblaje de una conversación que adquiera la forma de una asamblea para la política que viene. 

Sandra persona (no) humana explora la arcana intermediación (im)posible ley/criatura. Por un lado, y mayoritariamente, compila una serie de discusiones legales en torno al histórico caso de la declaración como “persona no humana” a Sandra, la orangutana que vivió en cautiverio por veinte años en el Jardín Zoológico de Buenos Aires, lo cual le otorgaba el derecho básico a la vida, a la libertad y al respeto por sus necesidades comportamentales. Pero, a su vez, bajo estas discusiones que nos permiten vincular este caso con los debates en torno a la ampliación del círculo de derechos (o inmunitario) como respuesta posible a las múltiples derivas de la crisis antrópica, el fuera de campo entra en cuadro bajo un extraño signo de pregunta. Por unos instantes de impensable apertura hacia una política post-antropocéntrica inaudita, la imagen nos enfrenta con el gesto primate que cifra una inminencia. Un gesto brevísimo, una torcedura de boca en un rostro que apenas se asoma detrás de un improvisado refugio de cartón: el gesto que asume y soporta en su aparente inacción la más radical objeción que pueda hacerse a cualquier solución inmunitaria de ampliación de derechos. 


Por Colectiva Materia
Paula Surraco

Medium Noise, 2015
Instalación sonora, 80 x 150 x 100 cm

Paula Surraco – (Ciudad de Buenos Aires, 1977) Vive y trabaja en Berlín, Alemania.

 

Piedras y sonido, restos y ruido. En una mesa, la artista multimedia Paula Surraco expone elementos fundamentales de la ciudad, unidades primeras, básicas. Aquello que, sin embargo, queda postergado cuando ese organismo complejo que es la ciudad –probablemente no haya otro más complejo que él–, en pos de hacer más eficaz su propio funcionamiento, expulsa todo pensamiento sobre él. También a sus espectros y a la melancolía que no sea sosa. Las piedras son restos de construcciones que, cuando se planificaron las autopistas que atraviesan el sur de la Ciudad de Buenos Aires, se decidió echar abajo. Ocurrió durante la última dictadura militar –se inauguraron en 1980– y se trató de una de las obras más ambiciosas de intervención sobre el entramado urbano, que recuerda que la dictadura no sólo fue represiva sino también altamente productiva. Produjo, entre otras tantas cosas, la posibilidad cierta de transitar la ciudad a alta velocidad, de unir en apenas minutos algunos de sus extremos. Ahorrando tiempos, maximizando ganancias. La dictadura y el neoliberalismo en su fundamental veta  moderna. Eso sí, no encontró otra manera de deshacerse de los restos que volcándolos en un margen de la ciudad, también en el sur, justo donde choca con el Río de la Plata. Un vertedero. El progreso precisa de sitios a los que destinar todo lo que entorpece su paso. La falla, llamémosla así, fue que el basurero quedó a la vista. En esos desperdicios, testigos no humanos, hurgó Paula Surraco para extraer piezas que, ya en la mesa y contra toda reconciliación fácil, no vuelven a escuchar voces humanas, ladridos de perros o incluso el motor de un auto. Los restos, fragmentos de la experiencia de una ciudad, de aquí en más escucharán incesantemente el ruido de la fuerza que los volvió tales. La autopista repica sobre ellos, sin final. Sin síntesis es la dialéctica que nos asalta desde esta mesa. La ciudad, obediente al desarrollo y a la velocidad, se automutila y recrea a favor del capital.


Por Javier Trímboli
Adriana Bustos

Melatonina, 2015
Acrílico, grafito, oro y espejo, 39,5 x 46 cm

Triptófano, 2015
Acrílico, grafito, oro y espejo, 39,5 x 46 cm

Triptamina, 2015
Acrílico, grafito, oro y espejo, 39,5 x 46 cm

Adriana Bustos – (Pcia. de Buenos Aires, 1965). Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires. 

 

En diversos soportes, las obras de Adriana Bustos se nos presentan a primera vista como asociaciones caprichosas entre personajes y acontecimientos de la historia, anuncios publicitarios, mapas y rutas, códigos genéticos, estudios botánicos, etc. Al detenernos en su lectura, va emergiendo la lógica disidente de sus arqueologías culturales. Rompiendo la linealidad de la historia dominante (como quería Walter Benjamin) para hacer saltar en chispas el presente, y acudiendo a fuentes documentales heterogéneas (yuxtaposiciones que recuerdan la didáctica des-jerarquizadora e inclusiva de Aby Warburg), Adriana Bustos genera complejas narrativas y cartografías que iluminan zonas opacas de la opresión colonial a lo largo de tiempos y geografías distantes, tanto para humanos como para seres de la naturaleza.

En algunos proyectos, cruzando perspectivas de la ciencia occidental y de otros saberes no hegemónicos, Bustos construye singulares universos poético biológicos. En este caso exhibe parte de su serie Mundo molecular, en la que pinta la materialidad infinitamente pequeña de lo afectivo, moléculas orgánicas que participan en la fenomenología del sujeto. 

Las moléculas orgánicas forman parte del mundo exterior e interior de los seres vivos, y participan cotidianamente en las funciones fisiológicas de los seres humanos, de los animales no humanos, plantas y hongos. Un grupo de sustancias vinculado a nuestro devenir como sujetos es el de los alcaloides, en donde se encuentran la triptamina, la dimetiltriptamina, el triptófano, la serotonina y la melatonina. Estas moléculas particularmente participan en la actividad del sistema nervioso, regulando nuestro estado de ánimo, nuestra percepción, el estado de consciencia, la atención y el comportamiento, es decir, la forma en que el mundo nos impacta y cómo lo sentimos. Provocan efectos subjetivos en las funciones cerebrales, incluidos el afecto y la cognición. Están vinculadas a nuestra actividad mental, pero también al descanso, a la calma luego de la euforia, a las sensaciones agradables, a la recompensa, a la satisfacción, al deseo. El estrés, es decir el alejamiento de la zona de confort, lleva a la carencia de estas sustancias en el organismo, provocando trastornos y estados de ánimo negativos. 

En su obra, Bustos transmite la relación entre estas moléculas orgánicas y algún aspecto de incidencia en la vida humana. Denota, jugando con el frente y el anverso del cuadro, que detrás de un aspecto sensible del ser humano, una meditación, una reflexión, una frase poética, subyace una materialidad orgánica, que emerge desde el mundo microscópico de las moléculas. Mayoritariamente, y contrariamente a lo imaginado, todo eso no se manifiesta sólo en el mundo exterior, sino que subyace en nuestro mundo molecular interior. O más bien, generando un bucle incesante entre el supuesto “exterior” e “interior” de la subjetividad, sus pinturas rechazan tanto el ciego determinismo genético como la vieja noción romántica de un puro espíritu que se expresa. Si lo personal es político, entonces lo molecular es político, porque lo que percibimos como individualidad son instancias situacionales de una materia orgánica común.


Por Marcela Castelo