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Post-apocalipsis

Sala 606

Lo que el fuego me trajo, 2013
Adrián Villar Rojas

Lo que el fuego me trajo, 2013
Video color, sonido, 32’

 

Elenco:

(en orden alfabético)

 

Noelia Ferretti

Andrés Gauna

Jorgelina Giménez

Alan Legal

César Martins

Mariano Marsicano

Martín Paciencia

Nicolás Panasiuk

Aitana Panasiuk

Mariana Telleria

 

Idea original y dirección: Adrián Villar Rojas

 

Producción artística:

Federico Leites

Laura Langer

Noelia Ferretti

 

Producción:

REI CINE SRL

Benjamín Domenech

Santiago Gallelli

Matías Roveda

 

Producción Casa de Vidro:

Luiza Proenca

Adelaide D’Esposito

 

Asesora:

Mariana Telleria 

  

Cinematografía - Fernando Lockett

Diseño de sonido - Julia Huberman

Edición - Andrea Kleinman

 

Segunda Unidad de Cámara - Diego Mendizábal

Segunda Unidad de Sonido - Emilio M. Iglesias

 

Posproducción de imagen - Alejadro Armaleo

Color - Alejandro Armaleo

VFX - Hernán González

 

Edición de sonido - Julia Huberman

 

Estudio de Foley - Tres Sonido

Grabación de Foley - Bechen de Loredo, Leandro de Loredo, Rafael Millan

Artistas de Foley - Francisco Rizzi, José Eugenio Caldararo, Begoña Cortazar

Estudio de sonido - Sonamos (Chile)

Mezcla - Roberto Spinoza

 

Making Of - Sebastián Villar Rojas

 

Gráfica y diseño de títulos - Vanina Scolavino, Diego Bianchi

 

Esta película fue hecha con el apoyo de:

Instituto Lina Bo e P.M. Bardi

Galeria Luisa Strina

 

Filmada entre el 14 y el 16 de diciembre de 2012 en Casa de Vidro (Morumbi - São Paulo - Brasil).

 

© 2013

 


Que la luz de una lámpara se encienda aunque nadie la vea: Dios la verá. Aunque apócrifo, el dios del versículo de Borges no va bien con esta obra de Adrián Villar Rojas, porque aún resuena en él el modelo hegemónico de divinidad trascendente de la que habría emanado, imperfecto, el mundo. Pero la idea puede sintonizar perfecto si la trasvasamos al pensamiento marginado de Spinoza, para quien Dios no era sino la suma de la materia y la energía que conforman el hábitat terrestre, y no había jerarquía entre el ver humano (o el de un supuesto dios antropomorfo) y todas las otras formas de composición afectiva entre los diversos existentes. 

Pensé en esta frase mientras observaba en el film a los cuatro muchachos perseverando, bajo la lluvia espesa, en medio de la noche y la desaforada vegetación tropical, en la construcción de una luminaria que supuestamente no funciona ni como arte ni como útil porque ninguna persona está presente cuando prodiga su luz zigzagueante en el interior de la casa de vidrio de Lina Bo Bardi, poblada sin embargo de innumerables actantes no humanos. Dedicación tan aparentemente inútil o gratuita como la de la mujer que selecciona sitios para añadir plantines de flores a la densa trama de la selva. La película discurre casi exclusivamente a través de lo que el capitalismo entiende como “tiempos muertos”, ese desprecio por los modos en que el presente puede ser realmente habitado por el vivir y el hacer. A veces en compañía, a veces en soledad, vemos a seis hombres, tres mujeres y una beba transitar esa experiencia mientras conviven por un tiempo en esta casa transparente que exuda también el espíritu de la gran arquitecta brasileña, cuando aún era posible la utopía de armonizar modernidad y naturaleza. Hoy, la situación específica que propone la película de Villar Rojas figura más bien modos de éxodo y supervivencia post-apocalípticos. 

Tocada por la serenidad y la belleza inexplicable de esos momentos “muertos” y esos haceres “sin objeto”, pensé también en momentos del arte contemporáneo que aún a veces sostienen convivencias en intimidad a salvo del régimen expositivo, transitoriamente como los períodos de montaje, o programáticamente como ciertas residencias. Pero también, obviamente ayudada por el título del film -Lo que el fuego me trajo- pensé en los miles de años previos y en las muchas geografías aún exteriores a la colonización moderna del “arte” como instancia de mostración pública. Es importante que exista, no que sea visible -decía, en modo muy parecido a Borges, Ticio Escobar al referirse al estatuto mágico y ritual del arte indígena. Eduardo Viveiros de Castro, junto a su mujer Deborah Danowski, insisten en que el apocalipsis no se encuentra en el futuro porque ya ha sucedido, y la única labor relevante del mundo es desertar volviendo atrás al tiempo lento de aquellas comunidades para quienes seres vegetales y animales conforman otras sociedades con las que es necesario tratar diplomáticamente, con cuidado y reciprocidad.

La escena semifinal del film nos revela, de golpe, la presencia de la cámara, y nos damos cuenta après coup de que la absoluta realidad que hemos sentido frente a las vivencias acontecidas en la casa se debe a que ellas han sido tan indiferentes como los árboles o las cosas al régimen escópico del cine. Como experiencia posible, no aspira al cierre de un relato idílico; su condición situada es revelada en el fuera de escena de la urbe próxima, visible a veces, omnipresente en la textura sonora de la selva que rodea y la vida que persevera en su creatividad humilde y empecinada. 


 

Valeria González