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"Generar parentescos en el Chthuluceno: reproduciendo una justicia multiespecies", por Donna J. Haraway

"Generar parentescos en el Chthuluceno: reproduciendo una justicia multiespecies", por Donna J. Haraway

 

 

Nunca ha sido más urgente generar parentescos a través de prácticas multisituadas, multiespecies, multimodales. Llamo a estos tiempos, nuestros tiempos, Chthuluceno, para poner énfasis en los poderes y procesos en curso de seres mortales que se aúnan para resistir las maldiciones y adulaciones del Plantacionoceno, el Antropoceno y el Capitaloceno. Generar parentesco requiere resistirse tanto a la categoría de problema como a las prácticas que generan población. Esta categoría y estas prácticas se aferran al valor concebido como crecimiento económico ilimitado y no se preocupan por el valor en tanto florecimiento naturocultural humano y no humano a través de generaciones de seres queridos y parientes terráqueos. Estos nombres, estos compromisos con el valor como crecimiento ilimitado, nombran los tiempos llenos de finales de la apropiación, la explotación, el extractivismo y la extinción de seres humanos y no humanos. 

 

Por el contrario, mi prefijo “chthulu-” señala líneas y redes chthónicas, materialidades y temporalidades de la Tierra, sin garantías, sin direcciones predeterminadas, sin excepcionalismo humano y sin huir de las consecuencias. El Chthuluceno está lleno de la vitalidad oportunista sim-poiética de nuestro planeta mortal. La simpoiesis va sobre generar-con, devenir-con, en lugar de la auto-creación a través de la apropiación de todo como recurso. El sufijo “-ceno” (del griego kainos, reciente, presente) señala la presencia en muchas modalidades, tiempos en riesgo, tiempos para cultivar las respons-habilidades necesarias, la capacidad de dar respuesta. El Chthuluceno es un tiempo de ansia de justicia reproductiva y ambiental multiespecies, de florecimientos aún posibles, de SF1 –fabulación especulativa, hecho científico, ciencia ficción– a la manera del feminismo especulativo. El término “justicia reproductiva”, que une los derechos reproductivos a la justicia social, fue una poderosa contribución de Women of African Descent for Reproductive Justice [Mujeres afrodescendientes por la justicia reproductiva] en 1994. Tal como señala Jenny Reardon, “justicia” es una “preocupación creciente” ligada a historias para reimaginar y redefinir lo que es posible. “La gente se aúna para que otro mundo sea posible frente a problemas muy graves y dificultades enormes”. Llamemos a eso justicia. 

 

El Chthuluceno necesita eslóganes para levantar el ánimo de sus pueblos humanos y no humanos. Aún gritando “Cyborgs por la supervivencia terrestre”, propongo “¡Generen parentescos, no bebés!”. Este eslogan es peligroso y parcial, pero necesario; es hermano de “Generen parentescos, no población”.

 

  1. Los nacidos y los desaparecidos

 

Este es un artículo descaradamente personal y una súplica por parentescos no-biogenéticos. Empiezo con un intenso dolor en las tripas que me presiona el diafragma hasta romperlo. Es un dolor similar a la pena que sentí cuando murió mi madre, cuando murió mi primer marido, cuando murió mi padre, cuando murió la perra de mi corazón… una pena que explota en mi interior, un desgarro en las entrañas, terror. Pero la muerte de los seres queridos, nuestra propia muerte, es el compostaje terrenal de los seres mortales y no la violación de un extraño derecho a la trascendencia y a la inmortalidad inspirado en el monoteísmo. El dolor por la pérdida es intrínseco a un vivir y morir bien, de manera recíproca, en tanto bichos tentaculares enredados de una tierra rica. 

 

Pero el dolor que siento en mis entrañas tiene que ver con otra cosa, con lo que en el año 2006 Deborah Bird Rose llamó “doble muerte”: el asesinato desbordante de la continuidad, la extinción desmesurada y sin sentido de especies, de modelos enteros de vida y muerte en la Tierra, de genocidios de grupos humanos y no humanos. La doble muerte produce lo que llamaré “los desaparecidos”. 

 

La pena que me remueve las entrañas, considerada junto a la doble muerte, también tiene que ver con lo que llamo “doble nacimiento”. El doble nacimiento es la perversión de parir (incubar o germinar) humanos y otros bichos —como los animales de la industria alimenticia— en la incesante transformación de todo lo terrano en forraje para engrosar el número de humanos como un subproducto del extractivismo, el colonialismo exterminador y el capitalismo. Se trata del humanismo extremo de la modernidad capitalista. El doble nacimiento es una parodia de la dicha de generar y nutrir nuevos seres de cualquier especie. El doble nacimiento —vida forzada en aras de la producción de valor económico— produce lo que llamo “los nacidos”. En tanto hija de clase media blanca estadounidense nacida después de la Segunda Guerra Mundial, soy una de los nacidos. Este es mi espéculo para el siguiente ensayo.

 

Por tanto, dos grandes poblaciones, crecientes y parcialmente conectadas, habitan este ensayo: los nacidos y los desaparecidos. Ambas se elaboran como cifras masivas globales a través de prácticas bien conocidas por la crítica feminista a los aparatos de conteo e inventariado, generadores de estado-raza-sexo-recurso-colonia-capital. Su realidad es un tipo específico y situado de abstracción que opera en una escala construida llamada global. Esta construcción genera realidad para todo el mundo, pero no de manera equitativa, simétrica o exclusiva. Otras realidades persisten, sin duda en los mundos indígenas, y también en otros lugares fuera del vientre del monstruo donde las mentiras de la modernidad capitalista nos enceguecen, como bien claro dejaron Isabelle Stengers y Philippe Pignarre2. Aún así, saber cómo se construye lo global no significa que sea inventado, que no sea real de manera semiótica y material. Los conjuntos de cifras de los nacidos y los desaparecidos son visceralmente contundentes. Viven en mi carne, me hacen reconsiderar las inquietantes prácticas de conteo y modelado para proponer una política de generación de parentescos con un método especulativo feminista, especialmente de parentescos raros más allá de las categorías, heredados a la vez que de nuevo ensamblaje, con el fin de dar forma a una responsabilidad con los gemelos “lo nacido” y “lo desaparecido”. 

 

Mi marco temporal comienza justo después de la Segunda Guerra Mundial, en el momento en que las famosas curvas “en J” de crecimiento exponencial de la explosión demográfica muestran puntos de inflexión (cambios pronunciados en la tasa de cambio) en una categoría tras otra: cantidad de humanos; desgaste de praderas, bosques y suelos; intensificación del monocultivo; emisiones de carbono; extracciones mineras; desplazamientos de personas y otros bichos de sus tierras natales; incremento de la expulsión de todos los seres humanos y no humanos que se interpongan al beneficio económico; emisiones de radioisótopos; construcción de megalópolis en todos los continentes; cría de miles de millones de pollos, cerdos y salmones; y más y más. Estas curvas de crecimiento convencional reconfiguran las visiones globales de la necesidad naturosocial y las narrativas apocalípticas. Estas narrativas deben ser interrumpidas por relatos del Chthuluceno. Sus cambios acelerados en los años posteriores a 1950 son lo que llamo puntos de inflexión de la “gran aceleración” planteada por Will Steffen y sus colegas: doble muerte y doble nacimiento.3

 

Me aproximo a estas vastas intensificaciones y multiplicaciones de vivir y morir, de vida forzada y muerte forzada en cifras sin precedentes, con la ayuda de los argumentos planteados por Jason Moore en Capitalism and the Web of Life [Capitalismo y la red de vida]4. Un enfoque ecológico-mundial de la demografía pondría énfasis en los procesos siempre históricos y situados de todas las naturoculturas. A manera de ejemplo, el incremento de población humana, la expropiación de tierras y otros recursos a seres humanos y no humanos, los pueblos desplazados y las extinciones multiespecies no tienen vínculos casuales con el gran auge de la petro-agricultura industrial tóxica y extractiva del suelo y las aguas durante la posguerra a nivel mundial.

 

Utilizando un lenguaje científico afín al marxismo (sin llegar a ser marxista), Eileen Crist y sus colaboradores5 muestran los dilemas interseccionales de población humana, producción de alimentos y protección de la biodiversidad. La producción alimenticia es uno de los principales contribuyentes al cambio climático y a la crisis de la extinción, con aquellos humanos y no humanos que más se benefician recibiendo los mínimos impactos, como es habitual. La superpoblación de la Tierra con humanos y no humanos industriales y patógenos es una práctica configuradora del mundo basada en la apuesta por un crecimiento ilimitado y un bienestar enormemente desigual. Por otro lado, ecología-mundo (término propuesto por Moore) requiere un tipo de análisis histórico feminista naturosocial combinado, aún por desarrollar en el ámbito demográfico, que todavía confía en la separación convencional entre historia y naturaleza dentro de las ciencias sociales y naturales occidentales. La “Advertencia de los científicos del mundo a la humanidad: segundo aviso” de 20176 tiene una importancia crucial, pero aún queda mucho camino por recorrer. Este tipo de análisis es obligado si nos planteamos seriamente la generación de parentescos en aras de una justicia reproductiva ambiental multiespecies.

 

Hay un hilo esencial que tiene que incorporarse al patrón de expansiones destructoras que aumentaron de forma masiva después de la Segunda Guerra Mundial, y podemos encontrarlo en el análisis feminista interseccional clásico que Paula Ebron y Anna Tsing dan en Feminism and the Anthropocene [Feminismo y Antropoceno]7. ¿De qué manera el modelo de crecimiento estadounidense se volvió globalizado y obligatorio? ¿Cuáles fueron y son sus principales motores? Para responder estas preguntas, Ebron y Tsing proponen aplicar una versión feminista del texto de 1884 El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Friedrich Engels8, a la época de la posguerra fría de las “grandes aceleraciones”: “La raza y el género no fueron simples decorados u ornamentos del liderazgo estadounidense en la modernización, sino que conformaron la modernización tal como la conocemos ahora”9. Quiénes serían normalizados y cultivados, y quiénes serían inútiles y desechables, fue brutalmente categorizado y producido por las políticas y los proyectos expansionistas de la Guerra Fría liderada por EE.UU.

 

“Las familias nucleares blancas se aferraron a una “seguridad” imaginaria mientras que las comunidades de color fueran puestas a disposición para su sacrificio. Esta formación de raza y género influyó en la exportación del desarrollo norteamericano durante y después de la Guerra Fría, afianzando un programa por la destrucción sistemática del medioambiente en la segunda mitad del siglo veinte”10.

 

Llamen a eso “gran aceleración”. Sus máquinas y herramientas eran y siguen siendo la formación y reproducción obligatoria de la familia racialmente diferenciada, heteronormativa, biogenética y pro-excepcionalismo humano. Familias reproductivas blancas de clase media: el sueño americano. Poblaciones de color desechables en todas partes: la pesadilla americana, incluyendo la explosión demográfica. Generar otro tipo de parentescos está en el corazón del feminismo. 

 

Los nacidos incluyen a los casi inimaginables (aunque contabilizables a partir de conjuntos de datos profundamente defectuosos y operaciones de modelado globalizadoras) miles y miles de millones de seres humanos, animales para la producción de alimentos y mascotas comercializadas a favor de un consumismo desmesurado. Los desaparecidos incluyen a los humanos que ofrecen resistencia a los Estados nación criminales, los encarcelados, las generaciones perdidas de pueblos indígenas y otros pueblos y personas oprimidas, mujeres indisciplinadas, niños y niñas víctimas de trata y personas adultas trabajadoras sexuales, jóvenes negros y morenos, jóvenes desechables de cualquier raza o etnia, migrantes, personas refugiadas y desplazadas, personas sin Estado, humanos sometidos a la limpieza étnica y al genocidio y cerca del 50% de todos los vertebrados silvestres que vivían en las tierras y los océanos del planeta hasta hace menos de cincuenta años, además del 76% de las especies de agua dulce. La Agencia de Refugiados de las Naciones Unidas estimó que las personas desplazadas, refugiadas y sin Estado sumaban un total de más de 65,6 millones de personas en 2017. No hay ninguna instancia que registre este tipo de conteo en humanos y no humanos de manera conjunta.

 

Mi pregunta es sencilla: ¿cómo imaginar y practicar la generación de parentescos multiespecie y una justicia reproductiva multiespecie en épocas sostenidas de generación excesiva de humanos y animales industriales, en la que siguen intensificándose de manera sostenida el sistema de plantación de monocultivo, las vidas forzadas en todas las especies, las muertes excesivas, los genocidios, las extinciones y las desapariciones? ¿Cómo deshacer la doble muerte y el doble nacimiento en prácticas sostenidas generadoras de otros tipos de parentesco? ¿Cómo alentarnos mutuamente para seguir cuidándonos en “cuerpoalmamente”? Permítanme seguir con historias contadas utilizando las convenciones genéricas de las “grandes cifras”. 

  

Los nacidos: humanos y sus animales

 

Nací en 1944, momento en que la población humana se estimaba en unos 2,4 mil millones de personas. A mediados de 2017, la población mundial era de 7,6 mil millones. Carole McCann, en Figuring the Population Bomb [Representaciones de la explosión demográfica]11, muestra cuán problemáticas son las cifras de los censos, pero desde mi punto de vista siguen indicando cuestiones ineludibles. Soy mujer y blanca en un país rico y he sido afortunada, por lo que sé que tengo una alta probabilidad estadística de morir a los 87,8 años. Digamos 88 y veamos las cifras globales de humanos proyectadas para 2032, es decir, unas 8,5 mil millones de personas (estadísticas de las Naciones Unidas). Esto significa un incremento de más de 6 mil millones de seres humanos, con una fiabilidad estadística de un 95% que implicará, a lo largo de la vida de una mujer, un incremento de 3,5. Los modelos hablan de un total de población humana para 2100 de más de 11 mil millones de personas si las tasas de nacimiento continúan cayendo, como parecen estar haciéndolo en todo el planeta. Si se continúa con la tasa de crecimiento actual de 1,12% por año a nivel global, que es bastante bajo para los estándares del siglo veinte, la población humana alcanzaría los 19 mil millones de personas en 2100. Estas “grandes cifras” nada dicen sobre la desigualdad estructural ni sobre el bienestar y el consumo altamente desiguales, pero tampoco son espectros. 

 

No ayuda que yo, personalmente, no haya parido ningún ser humano, ya que otro tipo de cifra globalizadora me dice que mis prácticas de vida, sin importar cuán verdes sean en intención, extrajeron más de la Tierra (y también de otras personas) que cerca de veinte personas “promedio” en Guatemala durante el mismo período. Ciudadanos de Qatar (sin incluir a los 2,2 millones de trabajadores extranjeros residentes en Qatar en 2017, cuyo consumo es otra cuestión) tuvieron un impacto per capita sobre el planeta de más del doble de mi impacto como norteamericana. El petróleo tiene grandes responsabilidades. Mi unidad de medida es llamada huella de carbono comparativa, una categoría globalizadora ampliamente citada. 

 

No sorprende que proponga, solo medio en broma, un enfoque de escala variable a la reducción global de la cantidad de humanos. A cada persona viva en edad reproductiva se le adjudicaría una ficha. Cualquier persona de un sector o una región rica que se plantee traer un nuevo bebé humano al mundo debería recolectar (pongamos) unas diez fichas reproductivas de otros posibles bio-progenitores, quienes no podrían volver a participar en la generación de un nuevo bebé biológico. Sobra decir que esto no impide para nada la pater/maternidad ni la generación de parentesco, más bien al contrario. La necesidad de generar parentescos innovadores en ese tipo de sistema debería ser de primer orden. Cada bio-progenitor potencial de cualquier género de regiones o clases sociales menos avariciosas podría necesitar solo dos o tres créditos para participar en la generación de un nuevo bebé. Estas cifras aún estarían por debajo de los niveles de reemplazo poblacional. Algunas zonas del planeta tienen tasas de natalidad humana que ya son cercanas a esto. En lugar de llamarlo crisis de fertilidad, estas condiciones deberían ser afirmadas y apoyadas en una miríada de formas imaginativas. Las personas pertenecientes a grupos sometidos al genocidio necesitarían créditos para reemplazar y nutrir las generaciones perdidas. Nadie impone o fuerza esta escala variable; la idea y todo tipo de prácticas culturalmente específicas relacionadas con ella se difunden por infección, persuasión y la alegría de generar parentescos raros. Sin embargo, hay dos reglas que afloran en casi todas las formaciones de escalas variables en mi fabulación especulativa: cualquier persona que intentara vender o comprar un crédito reproductivo estaría condenada a pasar veinte años lavando pañales sucios (por desgracia, los sintéticos habrán dejado de utilizarse), y más años en caso de reincidencia; y cualquiera que regale su ficha reproductiva para ayudar a gestar un nuevo bebé debería comprometerse de por vida a actuar para hacer un mundo más amable con la infancia. 

 

Hay más nacidos para incorporar a la saga de las “grandes cifras”, aunque de manera breve. Primero, sin siquiera considerar el sufrimiento animal (y de mano de obra humana), la explosión demográfica global de la producción industrial de animales para el consumo tiene un impacto sobre la Tierra similar al resto de grandes empresas extractivistas y contaminantes del Antropoceno, el Plantacionoceno y el Capitaloceno. No hay al respecto ningún informe similar a los de las Naciones Unidas sobre la cantidad de humanos, por lo que es imposible trazar un paralelismo preciso para todos los tipos de bichos atrapados en esta máquina de producción global, pero la historia básica queda clara en algunas fuentes, como el texto Ecological Hoofprint [Huella ecológica de las pezuñas] de Tony Weis12. El enorme incremento en la pesca oceánica (¡llamada “cosecha”!) tiene que aparecer en la categoría de la “gran aceleración” y también en la de los desaparecidos, ambas cifras recopiladas por Lester Brown13. Los nacidos humanos y no humanos están íntimamente ligados en sus aparatos reproductivos y configuradores de mundo. Además, análisis recientes con datos de sesenta y cinco años muestran que la guerra, además de sesgar implacablemente vidas humanas, implica un inmenso sufrimiento para los grandes mamíferos en toda África. “Para explicar la disminución de la vida silvestre, nada es más importante que la guerra: ni la densidad de población humana, ni la presencia de pueblos o ciudades, ni las reservas o las sequías”14. La guerra también es un gran propulsor del petrocapitalismo. Dados los terribles vínculos entre los combustibles fósiles y la industria de animales y plantas en el petrocapitalismo, no es de extrañar que el incremento devastador de las cifras globales de humanos siga muy de cerca los usos de combustibles fósiles y que así haya sido durante unos doscientos años, aun cuando hasta los más insaciables comedores de fósiles se vanaglorien por haber reducido las tasas de natalidad humana de manera tan rápida. La hipocresía de los ricos es fascinante. Externalizar consecuencias es una vieja y sórdida historia. Pero ahí radica el inevitable retorno de lo reprimido.

 

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Mónica Giron, Árbol Genealógico, 1991, acrílico sobre tela. Colección Isaac Lisenberg

 

Es importante recordar que, desde mediados del siglo veinte, la “gran aceleración” incluye grandes cantidades de mascotas comercializables con aspiraciones consumistas. Consideraré aquí solo a los perros, para no sorprender a nadie. Los sitios web orientados a las mascotas me proporcionan cifras. Hoy en día, las dos naciones en el mundo con una mayor cantidad de perros mascotas son los Estados Unidos, con cerca de 75,8 millones, y Brasil, con 35,7 millones. A pesar de las limpiezas asesinas de perros que se atreven a estar en las calles antes de eventos internacionales sofisticados como las Olimpíadas, China se sitúa muy cerca, con 27,4 millones de chuchos, incluyendo varios millones de los llamados perros de raza. Cerca de la mitad de los perros de la Tierra no son tenidos como propiedad, y la mayoría continúa con sus vidas vagabundas, breves desde un punto de vista estadístico, pero interesantes y tenaces; vidas que dependen en gran medida de los desperdicios humanos. Pero el número de mascotas que tiene interés para el sector altamente rentable de proveedores de productos para mascotas es inmenso y no para de aumentar en todo el mundo. 

 

Los desaparecidos: humanos y otros bichos

 

Hay tantos individuos desaparecidos contabilizados con negligencia y tantos tipos de desaparecidos tan pobremente contabilizados: migrantes ahogados; civiles iraquíes muertos; familias bombardeadas en Aleppo; generaciones de jóvenes morenos, negros y nativos a lo largo de las Américas (dejando completamente de lado los esqueletos de esclavos africanos en el fondo del océano Atlántico tras siglos de tráfico triangular); los fetos y bebés de personas pobres en Brasil; trabajadoras sexuales de “baja categoría”; la descendencia de mujeres esterilizadas sin saberlo y contra su voluntad; trabajadores invisibilizados en las llamadas economías informales; personas transgénero y queer asesinadas; bebés deseados pero no concebidos de relaciones de parentesco no-heteronormativas; los eternos no-nacidos de las y los jóvenes arrojados en vuelos de la muerte o enterrados en fosas comunes durante los golpes de estado de la derecha en Latinoamérica; las generaciones perdidas de judíos muertos en el Holocausto; las generaciones perdidas de desplazados y caídos en todas las guerras; y la lista continúa. Casper y Moore lo detallaron en The Missing Bodies [Cuerpos que faltan] en 200915. Estos bebés, niñas, niños y adultos desaparecidos son una cuestión de libertad y justicia reproductiva, sea donde sea que estén estos atormentadores fantasmas.

 

Entre los no humanos, los desaparecidos también están violentamente ausentes y reclaman, al acecho. La sexta extinción masiva no es una metáfora, sino el despliegue de un desastre. Ya no puede detenerse. Quizás pueda llegar a mitigarse. Pero aún así, las especies extintas no volverán, dan igual las heroicidades de la desextinción16. Con una escritura que parte de la vida de los animales, en Flight Ways [Formas de volar], Thom van Dooren17 muestra con claridad palpable lo que significa vivir procesos de extinción. En 2014, Damien Carrington18, basándose en un artículo de la Fundación Mundial por la Vida Silvestre, escribió sobre las extinciones no humanas y el brusco descenso en la cantidad de población silvestre que ha sido desplazada como alimento (y flores) a las áreas más pobres de la Tierra, transformándose cada vez más en mercancías comercializadas a nivel mundial, con todo lo que ello implica para los desplazamientos de población y la reestructuración de los usos del suelo en humanos y no humanos. Pero la avalancha de extinciones provocadas de tipos y patrones multiespecies de seres en convivencia puede moderarse, así como pueden nutrirse nuevos y viejos modelos de vivir y morir bien. Tal y como argumentan Isabelle Stengers y Anna Tsing, utilizando expresiones diferentes, la curación parcial en las ruinas y la resistencia efectiva a la catástrofe actual aún son posibles para muchísimos seres que tienen que ser importantes en el Chthuluceno tentacular en curso. 

 

No puede discutirse la generación de parentesco, ni tampoco la posibilidad de imaginar o promulgar la libertad y la justicia reproductiva (especialmente la justicia reproductiva multiespecies), sin descubrir los parientes desaparecidos: aquellos con quienes se mantienen relaciones que deben ser reconocidas, aquellos con quienes deben trabarse lazos de parentesco raros y duraderos para y por parte de cualquiera que se preocupe por la terra mortal. Este es un entramado multiespecies con un hilo humano clave. Algo que está en el corazón del eslogan “Generen parentescos, no bebés” es que todos los bebés humanos deben ser preciados, no solo aquellos que tienen “valor” para los estados nacionalistas eugenésicos del siglo veintiuno, para grupos culturales o etnias poderosas, o para familias adineradas a lo ancho y largo de terra. Asumir un compromiso con las biologías, las culturas y las políticas que aseguren que los bebés puedan crecer como adultos lozanos está en el centro de la libertad y la justicia reproductivas. No se trata de los “bebés de mi propio cuerpo”. Se trata de los nacidos y desaparecidos, y de prácticas de generación de parentescos multiespecies. 

 

Antes de dejar los desaparecidos, me centraré en un evento reconfigurador de mundos de una magnitud comparable a las execrables emisiones de carbono y otros fenómenos relacionados que están provocando el cambio climático y la avalancha de extinciones actuales, es decir, los despoblamientos de las Américas posteriores a 1492 por las prácticas de colonización y conquista europeas, y sus consecuencias para el metabolismo del planeta, discutidas por Lewis y Maslin: 

 

“La llegada de los europeos al Caribe en 1492 y la consiguiente anexión de las Américas llevó al recambio poblacional humano más grande de los últimos trece mil años, a las primeras redes de intercambio global que conectaron Europa, China, África y las Américas, así como a la consecuente mezcla de biotas previamente separadas, conocida como Intercambio colombino. Uno de los efectos biológicos del intercambio fue la globalización de productos alimentarios. Los cultivos del Nuevo Mundo, como el maíz, las papas y la yuca/mandioca (base de la dieta tropical), empezaron a cultivarse en Europa, Asia y África. Mientras tanto, cultivos del Viejo Mundo como la caña de azúcar y el trigo fueron plantados en el Nuevo Mundo. El movimiento transcontinental de una gran cantidad de otras especies alimenticias… y de comensales humanos… contribuyó a una brusca, continua y radical reorganización de la vida en la Tierra sin precedentes geológicos”19

 

Qué palabra aparentemente tan inocente, “plantado”… No es casual que muchas de estas especies alimenticias fueran fundamentales para alimentar a las personas esclavizadas y a otros tipos de mano de obra forzada desplazada del Plantacionoceno y el Capitaloceno. Y entonces recuerdo el trigo plantado en el siglo diecinueve a lo largo del río Ruso, en California, para dar alimento a los balleneros exterminadores estadounidenses y europeos. Y también al trigo mono-cultivado, con pesticidas regados por aspersión, que reduce la capacidad de acogida de los ríos a los salmones del noroeste del Pacífico, tal y como investiga Heather Swanson20

 

Las cifras estimadas de seres humanos que vivían en las Américas antes de 1492 se estiman en un rango entre 54 y 61 millones de personas. En 1650, las cifras eran de unos 6 millones como resultado de la guerra, la esclavitud, los desplazamientos forzados, la destrucción de patrones entrelazados de vida y muerte de humanos y no humanos, la hambruna y las enfermedades. El resultado fue la casi total destrucción de las formas de cultivo y los usos del fuego indígenas, de manera tal que los bosques y las reservas de carbono volvieron a crecer, secuestrando tanto carbono que el resultado fue un enfriamiento global acelerado. La evidencia se encuentra en las huellas de carbono en el hielo antiguo analizadas actualmente por la comunidad científica, de la misma manera que las inmensas emisiones de carbono recientes están escritas en el hielo (que se derrite) en zonas alejadas de los lugares de producción. Para señalar el cambio de época geológica a partir del metabolismo terrestre del carbono y el consecuente cambio climático, el período de innovaciones fundacionales del Plantacionoceno a partir de 1492 es tan importante como la quema de fósiles y las correspondientes orgías tecnocientíficas de los últimos doscientos años. El Plantacionoceno marca el inicio de una homogeneización sin precedentes de la biota terrestre, que volvió a acelerarse después de la Segunda Guerra Mundial en lo que se llama Antropoceno, pero esta vez conduciendo al número ingente de nacidos y desaparecidos contemporáneos. Si el período posterior a la Segunda Guerra Mundial debería llamarse la “gran aceleración”, el período posterior a 1492 tendría que llamarse la “gran simplificación”. 

 

Si pensar los nacidos en términos de las “grandes cifras” implica riesgos evidentes, aunque se haga de manera muy cuidadosa, desglosándolas en lugares e historias situadas que tengan en cuenta la desigualdad y la especificidad naturocultural, existen igualmente graves peligros al escribir de los desaparecidos. En el caso de la América nativa, la cuestión más importante es simplemente que la gente y los pueblos indígenas no han desaparecido, sino que son formadores de mundos actuales para sus comunidades y para el resto del mundo. Al mismo tiempo, las depredaciones contra los pueblos y territorios aliados de la América indígena se han intensificado a través de impactantes actos de destrucción y extracción. Marisol de la Cadena escribe que “el extractivismo es la manera en que la fuerza geológica humana se hace presente en Latinoamérica”21. La América nativa ha experimentado más de un fin del mundo, más de una catástrofe masiva que pone en perspectiva los lamentos de los antropocénicos convencidos de la singularidad de su experiencia de fin de mundo. Por tanto, es imposible imaginar una oposición seria al Plantacionoceno y Capitaloceno actuales sin posicionarse del lado de las luchas y las formaciones reconfiguradoras de mundo lideradas por pueblos indígenas, así como por otros colectivos en resistencia, como la Coalición del Agua de Black Mesa22. Este tipo de posicionamientos es crucial para hacer que el parentesco humano y no humano rompa las cadenas que mantienen a las generaciones presentes y futuras atadas a las “grandes cifras” de las “grandes aceleraciones” de nacidos y desaparecidos.

 

II. El problema del recuento: el conteo y la vida zombi de las categorías

 

Personas a quienes considero “mi gente”, de la izquierda feminista o sea cual sea el nombre que aún podamos usar sin sufrir una apoplejía, puede que escuchen neoimperialismo, neoliberalismo, misoginia y racismo en la parte “no bebés” de “Generen parentescos, no bebés”. ¿Quién puede culparlos? ¿Quién puede culparnos? Michelle Murphy, en su artículo “Against Population, Towards Alterlife” [Contra la población, hacia la alter vita] publicado en el presente libro23, demuestra cómo y porqué las cifras masivas y las categorías masivas del “gran conteo”, especialmente la población, aún “nombran y controlan la vida excedente en beneficio del capital”. Estoy de acuerdo. Como también sostiene Troy Duster, el conteo está lejos de ser un asunto inocente, el escrutinio de los aparatos de generación de bases de datos es crucial. Fundamentalmente, Murphy refuerza una manera más generativa de pensar.

 

Toda mi formación como académica de los estudios de la ciencia e historiadora de la biología —y como feminista— me instruyó para saber cómo funciona la “población” en tanto categoría que genera mundos a imagen de la reproducción y la productividad, una imagen-herramienta que es parte del transformarlo todo en recurso. Recuerdo vivamente el día en que, hace cuarenta años, entendí por primera vez que las ecuaciones de la biología de poblaciones estaban material, técnica y experiencialmente ligadas a las prácticas de la Metropolitan Life Insurance Company24. Las tablas de vida adquirieron un significado muy diferente a medida que estudiaba las tablas de incubación, dispersión, reclutamiento y mortalidad de los ensamblajes de especies de los arrecifes de coral y estudiaba ecuaciones de competencia derivadas de la matemática termodinámica, asuntos que aprendí en biología e historia de la ciencia con Evelyn Hutchinson y Sharon Kingsland. Las ciencias de la riqueza y las ciencias de la vida se gestaron en los mismos depósitos tóxicos. Junto a muchas otras personas, me pregunté cómo podría conformarse un conocimiento biológico a partir de aparatos y categorías no colonizadoras-patriarcales-racistas-capitalistas. En la llamada guerra de las ciencias de los años noventa, estas inquietudes llevaron a algunos colegas (sobre todo a hombres marxistas) a llamarnos “anti-científicas”. Eso era problema de ellos, el nuestro era un ansia de SF, la conjunción de hechos científicos y fabulación especulativa. 

 

Murphy me regaló un libro fundamental de Alison Bashford, Global Population: History, Geopolitics and Life on Earth [Población global: historia, geopolítica y vida en la Tierra]25, que trata sobre la larga y compleja historia del discurso malthusiano, y también la mordaz denuncia de Diane Nelson centrada en Guatemala, Who counts? The Mathematics of Death and Life after Genocide [¿Quién cuenta? Las matemáticas de la vida y la muerte tras el genocidio]26. Necesitamos otras formas de calcular y recopilar, algo distinto al frenesí poblacionista, ya sea en su modo desarrollista o apocalíptico. Más aún, sostengo férreamente que las mejores prácticas de conocimiento en los distintos campos contemporáneos, incluyendo la biología y la evolución, sustentan relacionalidades y no conteos masivos o individuales. Entonces, ¿por qué me empecino tanto en seguir usando la categoría de población? O quizás, ¿por qué soy tan incapaz de funcionar sin maneras contradictorias de pensar? Se parece al dilema que sentí cuando escribí el Manifiesto Cyborg27. Saber que tanto “población” como “reproducción” son los agentes de la biopolítica no los hace desaparecer. Hacer no es inventar. 

 

Es relevante el hecho de que no pueda hablar con otros biólogos o biólogas sobre liebres de mar o ofiuras y sus asociados y hábitats sin usar la jerga poblacional. Más de cuarenta años de trabajo y juego por la apertura de lenguajes, categorías y maneras de pensar en las naturoculturas de la biología han hecho que me comprometa con relaciones transversales y enredadas de lenguajes en fricción que no llegan a ser opuestos, con la polivocalidad de categorías y prácticas según su uso específico, con la cualidad objetual-fronteriza de categorías como población entre comunidades de pensadores y actores con una gran preocupación por el florecimiento y la justicia reproductiva multiespecies. Aprendí cómo funcionan estos objetos fronterizos en las ciencias y las políticas reproductivas de feministas como Adele Clarke y Teresa Montini.

 

También es necesario recordar el trabajo realizado por el pensamiento y el conteo poblacional para hacer entender los aparatos de desigualdad y para volver ineludible la pregunta por el qué hacer. Hay muchos ejemplos actuales, solo citaré tres de las décadas de los ochenta y noventa. Son ejemplos del tipo de análisis que me ha dado forma y continúa haciéndolo en la rica pila de compost en la que fermentan nuevos trabajos. 

 

En primer lugar, el texto Death is a Social Disease [La muerte es una enfermedad social], publicado en 1982 por el historiador de biología William Coleman28, para mostrar cómo uno de los fundadores del movimiento francés por la salud pública empezó a contar la cantidad de muertes a lo largo del tiempo en los arrondissements de París, demostrando que a principios del siglo diecinueve la tasa de mortalidad de las personas pobres en París eran más elevadas que entre las personas ricas. El exceso de mortalidad diferencial se transformó en un hecho público contabilizado ligado a la explotación y sujeto a las políticas, y no a una necesidad natural. Hacer política sin estos discursos sería muy difícil. Los lenguajes y las categorías no son suficientes, tampoco son inocentes, pero siguen siendo fundamentales. Recuerdo que en los años ochenta aprendí de John Hogness, el presidente fundador del Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias, cómo el fracaso deliberado durante la era de Reagan en nombrar a profesionales de nivel medio en puestos vacantes dentro del sistema de salud pública de EE.UU. hizo que la obtención de buenas estadísticas sobre tasas de enfermedad y mortalidad diferenciales fuera muy difícil, y en ocasiones imposible, de conseguir, debilitando así la oposición a los recortes en gasto social. Lo que no se da a conocer como un hecho público no existe para la oposición pública. 

 

En segundo lugar, en 1993 Nancy Scheper-Hughes publicó La muerte sin llanto: violencia y vida cotidiana en Brasil29, en el que asume el lugar de una “empleada del registro” para ir a las carpinterías de ataúdes del noreste de Brasil a contar los invisibles bebés muertos de las poblaciones rurales pobres que nunca llegaron a ser parte de las estadísticas nacionales de muertes y nacimientos. El resultado es fundamental para los estudios y las políticas reproductivas feministas antirracistas y anticapitalistas. El conteo de las poblaciones de invisibles es una herramienta crucial para el feminismo. Quizás podría realizarse sin el lenguaje poblacional, pero creo que eso dificultaría muchísimo los reclamos por una justicia comparativa. 

 

En tercer lugar, en el contexto de las luchas norteamericanas por la libertad reproductiva posteriores a la década de los setenta, la académica afroamericana Charlotte Rutherford participó de manera contundente en las estadísticas diferenciales con sesgo de género y raza de muertes y vidas reproductivas30. Incluyó a mujeres nativas norteamericanas y de Puerto Rico, y a muchas otras. No fue posible ninguna categoría universal implícita de mujeres (blancas). Más aún, el poder de su argumentación yace en todas las categorías que vinculó a la libertad reproductiva además de a las estadísticas de acceso al cuidado prenatal, al aborto y a cuestiones similares: vivienda, escuelas seguras, acceso a tratamientos de infertilidad, liberación del abuso de la esterilización, barrios contaminados, lugares de trabajo seguros, tipos de empleo y más. El artículo de Rutherford sigue siendo un modelo de conteo poblacional y de trabajo de justicia feminista en lenguaje estadístico.

 

Las cifras de estos estudios son distintas a las de los miles de millones de nacidos y desaparecidos a nivel mundial: más modestas, quizás más situadas. Pero, ¿es realmente así? ¿Cómo funciona la escala con las preguntas alrededor del “Generen parentescos, no bebés” y “Generen parentescos, no población”? Elaborar escalas y patrones de distribución son actividades hermanadas con la formulación de realidades fácticas compartibles, con des-hacer y hacer realidad unos mundos y no otros. Generar hechos buenos es un trabajo fundamental para personas adultas habilidosas que no sean cínicas y que se lleven bien con la ciencia. Esto es tan cierto para lo “pequeño” como para lo “grande”. Lo “global” es una realidad elaborada inexorablemente compleja que depende de la creación de escalas y categorías. Lo que está en la balanza son las vidas y las muertes de humanos y no humanos.

 

Es así como llego a la convicción, fraguada a lo largo de los últimos años, de que el rechazo del feminismo antirracista a pensar y actuar públicamente sobre las apremiantes urgencias de las poblaciones humanas y no humanas del mundo corre paralelo a la negación del cambio climático antropogénico por parte de algunos creyentes cristianos norteamericanos. Dios nunca haría eso a Sus criaturas; tiene que haber otra explicación. Las creencias y los compromisos son demasiado profundos como para dar pie a repensar y re-sentir. Para nuestra gente, replantearse lo que ha sido apropiado por la derecha y por profesionales del desarrollo como “explosión demográfica” puede parecer ocupar el lugar del enemigo. Sin embargo, el parentesco debe reconfigurarse en las zonas de contacto, no en los maravillosos lados correctos o equivocados de estas cuestiones complejas, inabarcables.

 

He sido abucheada por amistades feministas de muchos años al finalizar algunas conferencias, me han dicho que ya no puedo considerarme feminista, o simplemente que, al fin y al cabo, no soy más que una feminista imperialista blanca por haber discutido públicamente que la carga de la cantidad de humanos a escala global es una atrocidad, a pesar de que la desglosemos por análisis de desigualdades estructurales, nos opongamos a los programas racistas de control de población y muchas otras cuestiones importantes. Pero el peso de los nacidos es una presión extincionista y extractivista para humanos y no humanos. No está bien delegar este asunto a profesionales del medio ambiente o de la población, ni de ningún otro tipo. Este es un asunto del feminismo. Intenté escribir algo sobre ello en las “Historias de Camille” en Seguir con el problema31

 

Negar no nos servirá de nada. Sé que “población” es una categoría que genera estados, un tipo de “abstracción y “discurso” que cambia la realidad para todos, pero no para beneficio de todos. También pienso que hay distintas formas de evidencia —comparables afectiva y epistemológicamente a las numerosas evidencias del rápido cambio climático antropogénico— que demuestran que una cifra de entre 7 y 11 mil millones de seres humanos en cualquier sistema naturosocial imaginado o practicado hasta ahora impone demandas que no pueden satisfacerse sin ocasionar enormes daños al planeta y a los seres humanos y no humanos que lo habitan.

 

¿Cómo es posible que las personas progresistas ridiculicemos a quienes niegan el cambio climático antropocénico por su rechazo a escuchar a la comunidad científica, cuando esas mismas personas consideramos que los modelos de demografía poblacional no son más que un tipo de ideología modernizadora? Ambas ciencias se basan en sistemas modelo, grandes cifras y bases de datos imperfectas. No se trata de un asunto con una única causa, la ecojusticia no admite un enfoque plausible con una sola variable a la avalancha de exterminios, pauperizaciones y extinciones que ocurren en nuestro planeta en la actualidad. Pero culpar al capitalismo, al imperialismo, al neoliberalismo, a la modernización y a cualquier otro “yo-no-fui” de la destrucción en curso ligada a la cantidad de humanos tampoco funcionará. Bebés reales, no solo las poblaciones, están en riesgo. Estas cuestiones requieren un trabajo arduo e implacable, pero también requieren alegría, juego y la respons-habilidad de establecer relaciones inesperadas con otros seres. ¡Un brindis por los parentescos raros, no-natalistas y más allá de las categorías!

 

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Liliana Maresca, Sin título de la serie Liliana Maresca con su obra, 1983, fotoperformance. Fotografía de Marcos López. Archivo Liliana Maresca. Cortesía galería Rolf Art.

 

 

Pero, ¿más allá de qué categorías? ¿Parentescos raros? ¿Raros para quién? Mi analogía entre el recuento poblacional global y los modelos globales en torno al cambio climático, ambos dependientes de complejos aparatos de diversos instrumentos y habilidades, se interrumpe en el mismo punto revelador: la universalidad auto-invisible de categorías y operaciones en un mundo plagado de otros mundos que ya existen, llenos de sólidas prácticas de conteo y de maneras de conformar realidades posibles. Este NO es un punto de vista relativista sino onto-epistemológico, una perspectiva oscurecida por generaciones de poder colonizador. Desgranar las cifras masivas y los modelos climáticos o las ciencias demográficas en sus complejidades, aunque es importante, no es la cuestión. La cuestión es: ¿qué mundos configuran mundos?

 

Hay muchas maneras de profundizar en este punto, pero quisiera regresar brevemente al trabajo de las personas y los pueblos indígenas sobre los dilemas planetarios actuales. Por ejemplo, tengamos en cuenta que el pueblo inuit del círculo polar ártico es sumamente consciente de los cambios recientes en el hielo, la niebla, la localización de puntos astronómicos de referencia en las variaciones de atmósferas refractarias, las distribuciones de animales y mucho más, pero ven la noción de cambio climático como algo foráneo, sobre todo cuando otras formas de acción y pensamiento vigentes ricamente articuladas alrededor de “sila” (aliento/vida de los aires y las tierras, reducida a “clima” en la mayoría de los diccionarios ingleses) reúnen al pueblo (humano y no humano) de manera mucho más efectiva para tratar los problemas. ¿Por qué no hay zonas de contacto bien estructuradas entre “sila” y “clima”? No me refiero a antropologías etnohistóricas comparadas, sino a una tarea política y onto-epistemológica decolonial ante las urgencias compartibles en las zonas del mundo donde el hielo se derrite con mayor rapidez, con inmensas consecuencias para todo el planeta, y donde la carrera internacional para controlar los inmensos depósitos de petróleo aún no se ha enfriado. Las formas de conocer del pueblo inuit son cruciales, tal y como argumentan Kunuk y Mauro32. Kristina Lyons33 sostiene un argumento similar sobre el problema de las categorías entre “selva” (bosque) y “naturaleza” en las luchas ambientalistas latinoamericanas. O entre “hózhó” (buen vivir, relaciones correctas de humanos y no humanos) y “capacidad de carga” y “sostenibilidad” en las luchas alrededor de la cantidad de animales de pastoreo en tierras navajo a lo largo de las relaciones coloniales entre el pueblo navajo y los EE.UU., historia poderosamente narrada por Marsha Weisiger34.

 

Quienes no han desaparecido, contra todo pronóstico colonizador, tienen mucho que decir sobre la generación de parentescos, sobre anudar “relaciones” en los mundos. Zoe Todd desarrolla argumentos muy potentes a favor de esta cuestión. El capítulo de Kim TallBear en este volumen35 nos interna aún más lejos en historias de generación de parentesco y prácticas actuales que permanecen ininteligibles (o peor) para la mayoría de personas norteamericanas no-nativas. A ella se une toda una generación de estudiosas feministas indígenas que están cambiando las condiciones de conocimiento y acción para todos nosotros. Esta tarea es importante tanto para las categorías de población y parentesco como para las categorías geológicas. El conteo y los modelos siguen estando en el corazón de las luchas por las tierras, las aguas, los aires y los pueblos humanos y no humanos. En inglés, mi dialecto materno, esto va sobre libertad y justicia reproductiva feminista multiespecies. 

 

Debo seguir con el problema de una herencia de la cual no puedo renegar si es necesario reformularla: el dolor que me agita las entrañas por haber ingerido las cifras masivas de nacidos y desaparecidos. No estoy libre de estas cifras globalizadoras porque creo que aún llevan a cabo un trabajo sucio necesario. La parte “Generen parentescos” de mi eslogan parece más fácil, además de ética y políticamente situada en un terreno más firme que la parte “no bebés”. ¡No es verdad! “Generar parentescos” y “no bebés” son igual de difíciles, ambas exigen la mejor creatividad política, ontológica, artística, intelectual y emocional de todo el mundo, a lo largo y ancho de las diferencias ideológicas y regionales y del trabajo de universales auto-invisibles “in-comunes”. Transformar en in-comunes los supuestos comunes es una tarea fundamental para construir mundos decoloniales, una cuestión que deja bien claro Marisol de la Cadena36

 

III. Una propuesta desde el feminismo especulativo: generen parentescos, no bebés

 

Mi pregunta central es sencilla: ¿cómo asegurarse de que los bebés sean escasos, nutridos y preciosos y de que los parentescos sean abundantes, sorprendentes, duraderos y preciados?

 

Las feministas de nuestra época han sido líderes en desenmarañar la supuesta necesidad natural de vínculos entre sexo y género, raza y sexo, raza y nación, clase y raza, género y morfología, sexo y reproducción, y reproducción y composición de individuos. Soy consciente de nuestra deuda en esta cuestión, especialmente con las melanesias, en alianza con Marilyn Strathern y sus parientes etnógrafas. Si tiene que haber una ecojusticia multiespecies, que debe incluir a pueblos y personas diversas, ya es hora de que las feministas ejerzan liderazgo en la imaginación, la teoría y la acción con el fin de desatar los nudos que atan genealogía a pariente y pariente a especies.

 

Necesitamos generar parientes sinchthónicamente, simpoiéticamente. Sea lo que sea que seamos, necesitamos generar-con (devenir-con, componer-con) los terrícolas mortales. Nosotras, personas diversas de todas partes, debemos abordar urgencias sistémicas intensas; sin embargo, de momento estamos viviendo los tiempos de “la vacilación”, un “estado de agitación incierta”, como planteó Kim Stanley Robinson en su narrativa SF 231237. La vacilación ya está grabada en las capas mineralizadas de la tierra. Los sinchthónicos no vacilan; componen y descomponen, que son prácticas tan peligrosas como prometedoras. Lo mínimo que puede decirse es que la hegemonía y el excepcionalismo humanos no son asuntos sinchthónicos. Ese es el significado del Chthuluceno.

 

Pariente tiene que significar algo diferente, algo más que entidades ligadas por sus ancestros o su genealogía, incluyendo la población, la familia y las especies. Generar parentesco es generar seres, no necesariamente como individuos o como humanos. Generar parentescos y generar tipos (en tanto categoría: parientes sin lazos de sangre, parientes colaterales, cuidados, gentileza y muchos otros ecos) expande la imaginación y puede cambiar la historia. Marilyn Strathern me enseñó que, en inglés británico, “familiares” (relatives) originalmente significaba “relaciones lógicas” y se convirtió en “miembros de la familia” recién en el siglo diecisiete. Salgan del inglés y las relacionalidades adquirirán forma y se multiplicarán.

 

Strathern fue la primera antropóloga en enseñarme que en Melanesia, las personas más que reproducirse, se componen. Personas y parientes son composiciones, y crecer no involucra a los mismos jugadores, patrones o imperativos de la producción y reproducción occidentales que caracterizan la acumulación moderna, especialmente la capitalista, incluyendo la acumulación de personas como riqueza. Pero Strathern se encuentra en una espesa red de antropólogas y antropólogos que demuestran que la composición de seres humanos y no humanos se da con una gran diversidad naturocultural. Para mi investigación sobre “Generen parentescos, no bebés”, nuestro incomparable editor Matthew Engelke me recomendó el trabajo de Jane Guyer y Samuel Eno Belinga sobre la riqueza de seres (humanos) en el África ecuatorial antes de la colonización europea38. La riqueza de las personas se había analizado sobre todo en los estudios del África ecuatorial precolonial en relación al aumento demográfico o al incremento en mercancías ligadas a las personas (o a las personas como mercancías, incluyendo personas esclavizadas). Pero Guyer y Eno Belinga sostienen, a partir del estudio de archivos, que en esta región la riqueza de conocimiento fue quizás más importante desde un punto de vista histórico y tuvo una gran variedad de formas y prácticas. Componer personas y pueblos a través de la conjunción de conocedores y conocimientos de todo tipo, desde la brujería al conocimiento de las épocas de siembra, fue fuente de una abundante riqueza, o quizás habría que decir, fue la riqueza en sí misma. Adquirir esclavos y/o intercambiar mercancías, traficar, casarse y/o tener bebés no eran los únicos caminos hacia la riqueza, o quizás no eran los principales. La clave es la composición, no la acumulación. La reproducción biológica, la producción y la acumulación no necesitan regir la generación de parentescos –y no lo han hecho– en muchos tiempos y lugares a lo largo de la historia humana, incluyendo aquí y ahora. 

 

Conjugo el análisis de Guyer y Eno Belinga de Wealth in People as Wealth in Knowledge [Riqueza en gente y riqueza en conocimiento]39 con un artículo de Ed Young40 que da cuenta de un estudio sobre el pueblo aeta, un grupo moderno de cazadores-recolectores de Filipinas, que valoran a quienes cuentan cuentos por sobre todas las demás personas, más allá de la utilidad o funcionalidad que puedan tener el resto de personas en su sociedad. Wealth in People as Storytellers [Riqueza en gente en tanto narradoras] me atrae como metáfora y quizás modelo para pensar la generación de parentescos en muchos contextos históricos y contemporáneos. No cabe duda de que mientras afrontamos los enormes desafíos de la densidad y cantidad de humanos en toda su diversidad cultural, ecológica, económica y política durante las próximas décadas, contar historias se encontrará entre nuestras prácticas más valiosas para poder llegar a imaginar y saber qué hacer. Componer personas y pueblos a través de la práctica de contar historias es una manera fértil de generar parentescos. Los Narrados son poderosos afines, no gracias al matrimonio sino a la transformación de la generación de patrones, tanto de los nacidos como de los desaparecidos. Recuerdo que, igual que pasa con “parientes”, el término “afín”, antes de referirse al parentesco humano, ya se usaba en matemáticas para hacer referencia a propiedades que connotan conexiones situadas. 

 

La recomposición del parentesco reconoce que todos los terrícolas son parientes  con afines, y ya es hora de cuidar mejor de los tipos-como-ensamblajes (y no como especies por separado). Tipo, como justicia, es una palabra que ensambla. Todos los bichos compartimos una carne común de manera lateral, semiótica y genealógica. Ancestros y contemporáneos no somos más que un grupo ostentoso; el parentesco no es familiar (más allá de lo que hayamos pensado que eran la familia o los genes), sino insólito, inquietante, activo. 

 

De aquí a unos cientos de años, puede ser que las personas de este planeta lleguen nuevamente a ser unos cuantos miles de millones menos, y quizás a lo largo del camino puedan disfrutar de un bienestar cada vez mayor para los diferentes seres humanos y otros bichos como un medio y no solo como un fin, en lugares situados y enredados con historias complejas, no en masas abstractas en espacios desterrados. De momento no disponemos de unas políticas feministas decoloniales antirracistas pro-parentescos, ni siquiera imaginamos cómo serían esas políticas. Quizás las décadas venideras sean los tiempos de las historias de “Los niños y las niñas del Compost”41, en lugar de las de los nacidos y los desaparecidos. 

 

Algunas cosas están claras. Debemos encontrar maneras de celebrar y apoyar las decisiones íntimas y personales para generar vidas florecientes y generosas, incluyendo parentescos innovadores y duraderos, sin tener más bebés —especialmente y con urgencia, aunque no exclusivamente, en las regiones, naciones, comunidades, familias y clases sociales adineradas con un alto nivel de consumo y exportadoras de miseria. Las tasas de nacimiento bajas son una buena noticia y deberían tener un día festivo especial, lleno de talleres sobre el tipo de trabajo necesario para apoyar mundos para unas cuantas generaciones con las proporciones de gente joven más bajas que los seres humanos hayan experimentado jamás. Necesitamos métodos anticonceptivos amigables con hombres y mujeres, que las personas tengan realmente ganas de usarlos, que no hayan sido impuestos por programas de control de población que tienden a privilegiar instrumentos que las personas (especialmente las mujeres) no pueden controlar. Necesitamos entender que los terrícolas vivirán con mucho más de siete mil millones de seres humanos durante muchas décadas, con una proporción de jóvenes cada vez menor. 

 

Estas son realidades materiales sin precedentes para todos. Nadie sabe cómo se desarrollarán estas décadas, pero es innegable que serán duras. Necesitamos perdonarnos nuestros graves errores y asumir los riesgos de prácticas innovadoras, viejas y nuevas. Necesitamos alentar políticas que se comprometan con los asuntos demográficos que tememos a través de la proliferación de parentescos no-natales, incluyendo políticas ambientales, de apoyo social y de inmigración no racistas para los recién llegados, los “nativos” y los pueblos indígenas. La gente como yo, la gente blanca, necesita entender que para los pueblos indígenas de Norteamérica, “nativo” ha funcionado como una categorías exterminadora y colonialista que sigue operando en ese mismo sentido, aun cuando justifica viejas y nuevas maneras de cerrar la puerta a las personas refugiadas y migrantes no blancas. Las políticas de justicia reproductiva integrales deben incluir educación, vivienda, derechos territoriales, sistemas de salud, innovaciones en el género, creatividad sexual, agricultura, arquitectura, pedagogías para aprender a nutrir bichos no humanos, innovaciones sociales y tecnologías para mantener saludable y productiva a la población mayor, etc., etc., etc. Necesitamos generar parentescos lidiando con el hecho de que muchas “poblaciones” en  EE.UU. en la actualidad no pueden, y no han podido durante siglos, criar niñas y niños en condiciones seguras, mucho menos en la abundancia. Como dejan bien claro Alondra Nelson en el panel “Generen parentescos, no bebés” de los encuentros de la Society for Social Studies of Science [Sociedad para los estudios sociales de la ciencia] en 2015 y Ruha Benjamin en este libro42, Black Lives Matter es un movimiento feminista generador de parentescos, entre muchas otras cosas. 

 

Bebés: hay muchísimos bebés entre los nacidos, no solo los que resultan “adecuados” a renacientes pronatalistas eugenistas y nacionalistas y a pronatalistas  profamilia homo- y hetero-normativos. Los nacidos merecen configuraciones de mundos realmente pro-bebés y pro-infancia, no políticas estatales y tecnociencias solo para los bebés “adecuados”. Las niñas y los niños refugiados y de acogida (así como las y los jóvenes refugiados reasentados y quienes fueron de acogida pero por su edad quedan fuera de los sistemas públicos de apoyo) necesitan prácticas comunitarias continuadas de generación de parentesco. Abundan los ejemplos de personas que están marcando una diferencia, pero no es suficiente. Los nacidos se necesitan mutuamente y a todos los bichos de terra. Merecen un mundo que no haya sido medido, contabilizado, cartografiado y transformado en recurso solo para más humanos, en una proyección y una extracción humano-excepcionalista infinita, disfrazada por todo tipo de pantallas ideológicas.

No pongo en cuestión el “derecho” personal (¡vaya palabra para un asunto tan corporalmente consciente!) de parir o no parir un nuevo bebé; en esta materia, la coerción es un error en todos los niveles imaginables y tiende a ser contraproducente en todos los casos. Por otro lado, ¿qué pasaría si la nueva normalidad fuera una expectativa cultural en la que cada nuevo bebé tuviera varios progenitores comprometidos de por vida (sin tener necesariamente relaciones sexo-afectivas entre sí y que después no parieran más bebés, aunque podrían vivir en hogares multigeneracionales con múltiples niñas y niños)? 

 

Me invade una catarata de preguntas.

 

¿Qué pasaría si las prácticas serias de adopción transversal para, de y por la gente mayor y otros adultos y jóvenes se hicieran comunes? ¿Cómo extender  prácticas de adopción situadas en muchos lugares? ¿Y si los países que están preocupados por sus bajas tasas de natalidad (de personas “nativas”) y por el cambio demográfico —como Dinamarca, Alemania, Japón, Rusia, Taiwán y la Norteamérica blanca, entre otros— reconocieran que el miedo a las personas migrantes es un gran problema, igual que lo es el miedo a las “minorías”, y que los proyectos y las fantasías de pureza racial (por no mencionar el envejecimiento) conducen al resurgimiento del pronatalismo por parte de las personas adineradas? Quizás entonces hasta Paul Ryan, el portavoz de la Cámara de representantes de EE.UU., tendría que rendir cuentas por su pronatalismo nacionalista anti-inmigrante de estilo familia-nuclear-reproductiva-de-clase-media-blanca-normativa.

 

¿Qué pasaría si tener un bebé se transformara verdaderamente en un acto de alegría y responsabilidad material cotidiana por parte de una comunidad ampliada? ¿Cómo celebrar los bebés en los movimientos no-natalistas? El “cuidado de la infancia” no alcanza a nombrar lo que es necesario y debe transformarse en algo normal. ¿Qué pasaría si la gente, en todas partes, buscara nuevas formas de generar parentescos no-natalistas para individuos y colectivos en mundos queer, indígenas y decoloniales, en lugar de entre los sectores adinerados y extractores de riqueza europeos, euro-estadounidenses, indios y chinos?

 

¿Cómo nutrir, identificar y promover un tipo de generación de parentesco no-biológica, multi-generacional y duradera, así como apoyar otras formas de familia, incluyendo las familias reproductivas convencionales, mientras los humanos de la Tierra transitan hacia un tipo de generación de parentescos muchísimo menos reproductivos y muchísimo más imaginativos, en mundos situados y diversos dentro y fuera de los Estados Unidos? ¿Cómo reconocer y empoderar las distintas maneras en que pueblos diversos practican y han practicado la generación de personas y de parentesco, sin imperativos por incrementar la cantidad de humanos o reducir los mundos de los no humanos? ¿Cómo apoyar a las mujeres y a otros seres en decisiones no-natalistas y formas de florecimiento a través de generaciones y en distintas culturas, religiones, pueblos, economías, regiones y naciones? ¿Cómo celebrar la madurez humana en hombres y mujeres fortaleciendo seres y comunidades sin tener bebés? ¿Cómo nutrir nuevas subjetividades en personas jóvenes y viejas en relación a los bebés y la infancia? ¿Cómo ser seriamente pro-madres (y otros tipos de mater/paternidades) sin tener que parir nuevos bebés? ¿Cómo desarrollar prácticas hermanadas reconocidas y con apoyo estructural para hermandades no-biológicas? ¿Cómo nutrir una generación de parentesco queer conocidos y desconocidos?

 

¿Cómo contrarrestar el pronatalismo empoderando bebés reales necesitados de un mundo verdaderamente pro-infancia? ¿Cómo dar energía a los nacidos comprometidos a terminar con la doble muerte y el doble nacimiento, ambos asesinos de la continuidad? ¿Cómo potenciar la generación de parentesco en la inmigración y la residencia permanente, así como en los esfuerzos por reconstituir vidas en las mortíferas zonas de guerra y extracción? ¿Cómo desarrollar ciencias y tecnologías generadoras de parentesco no-biológicas (vivienda, ciencias y tecnologías de apoyo social, sistemas alimentarios, ciencias y tecnologías comunitarias multiespecies, medicina y más)? ¿Cómo fomentar colaboraciones arte-ciencia en aras de prácticas y políticas pro-parentesco y no-natalistas? ¿Cómo contar nuevas historias para fortalecer nuevos mundos necesarios?

 

¿Cómo incrementar el bienestar humano y multiespecies como un medio y no como un fin, a la vez que reducir de manera radical las demandas humanas y reparar de manera radical mundos y lugares vitales dañados a lo largo y ancho del planeta? ¿Cómo reintroducir el cuidado del planeta en todas las escalas, cómo hacerlo sin reintroducir discursos, prácticas y miedos poblacionistas o ambientalistas racistas? ¿Cómo entender el pensamiento y la acción pro-parentesco y no-natalista desde el punto de vista y la agencia de pueblos que han estado sometidos, y todavía lo están, al genocidio y a la reducción violenta de población a través de la conquista, la enfermedad, la pobreza y la guerra? ¿Cómo construir solidaridades con pueblos que necesitan más bebés, aun cuando la mayoría de pueblos y comunidades deban aprender a florecer con muchos menos nuevos bebés? ¿Cómo volverse más inteligentes e imaginativos en relación a y con pueblos humanos y no humanos? ¿Cómo estar a la vez en contra de los aparatos de control de población (como los que menciona Kalpana Wilson) y a favor de un mundo con una carga de humanos menor a través de medios amigables con progenitores y bebés? ¿Cómo pensar y actuar conociendo el problema que implica la categoría de población, con sus masas abstractas economizadas, sin esquivar la difícil y peligrosa tarea de enfrentar preguntas sobre la generación de bebés en mundos cargados de humanos? Generar muchos menos bebés en reconfiguraciones de mundos situadas y extremadamente sensibles no es el único proyecto por una justicia reproductiva ambientalista multiespecies, para nada, pero es un hilo ineludible en la trama.

 

¿Cómo volver a ser feministas para la persona integral, la comunidad integral, el planeta integral? ¿Puede usarse el término “integral” sin imperializar fantasías universalistas? Los estudios feministas de la ciencia no pueden agotarse en la genética, la reproducción biológica y tecnológica y sus relativos focos. ¡Ya está bien! ¿Dónde fueron a parar nuestras utópicas y arriesgadas imaginaciones y acciones para terráqueos en un mundo mortal, dañado y densamente humano?

 

Entonces, ¡generen parentescos, no bebés! ¡Generen parentesco, no población! Importa de qué manera los parentescos generan parentescos. 

 

 

*Traducción del segundo capítulo del libro Making Kin Not Population (trad. Helen Torres). eds. Donna Haraway y Adele E. Clarke. Chicago: Prickly Paradigm Press, 2018.

Agradecemos la gentileza de la autora y de los editores de Prickly Paradigm Press por posibilitarnos difundir este artículo. 


 

  1. “Una figura ubicua en este libro es SF: ciencia ficción, fabulación especulativa, figuras de cuerdas, feminismo especulativo, hechos científicos y hasta ahora. (…) SF es un método de rastreo, seguir un hilo en la oscuridad, en un peligroso relato verdadero de aventuras en el que quién vive, quién muere y de qué manera podría llegar a ser más evidente para el cultivo de una justicia multiespecies. En segundo lugar, la figura de cuerdas no es el rastreo, sino más bien la cosa en cuestión, el patrón y ensamblaje que requiere respuesta, la cosa que no es una misma pero con la que una tiene que seguir andando. En tercer lugar, hacer figuras de cuerdas es pasar y recibir, hacer y deshacer, coger hilos y soltarlos. SF es práctica y proceso; es devenir-con de manera recíproca en relevos sorprendentes; es una figura de la continuidad en el Chthuluceno”. Extractos de Donna Haraway, Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene, Duke University Press, 2016 [ed. cast. Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno (trad. Helen torres), Bilbao, Consonni, 2019, pp. 21-22. [Nota de la trad.]
  2. Véase a este respecto Isabelle Stengers y Philippe Pignard, La brujería capitalista. Prácticas para prevenirla y conjurarla (Trad. Víctor Goldstein), Buenos Aires, Hekht libros, 2017. [N. de la T.]
  3. Will Steffen, Wendy Broadgate, Lisa Deutsch Owen Gaffney y Cornelia Ludwig, "The Trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration" en The anthropocene review, vol. 2, no. 1, 2015, pp. 81-98.
  4. Jason Moore, Capitalism and the Web of Life: Ecology and the Accumulation of Capital, Londres, Verso, 2015.
  5. Eileen Crist, Camilo Mora y Robert Engelman, "The Interaction of Human Population, Food Production and Biodiversity Protection", en Science, vol. 365, 21 de abril, 2017, pp 260-264.
  6. Disponible en https://scientistswarning.forestry.oregonstate.edu/sites/sw/files/Spanish_Scientists_Warning.pdf
  7. Paula Ebron y Anna Tsing, "Feminism and the Anthropocene: Assessing the field through Recent Books" en Feminist Studies, vol. 43, no. 3, 2017, pp. 658-683.
  8. Friedrich Engels, Der Ursprung der Familie, des Privateigenthums und des Staats, Hottingen-Zürich, 1884 [ed. cast. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Ediciones Akal, 2017].
  9. Paulla Ebron y Anna Tsing, op cit.
  10. Paulla Ebron y Anna Tsing, op cit.
  11. Carole McCann, Figuring the Population Bomb, Seattle, University of Washington Press, 2016.
  12. Tony Weis, Ecological Hoofprint: the Global Burden of Industrial Livestock, Londres, Zed book, 2013. Disponible en: https://ecologicalhoofprint.org/
  13. Lester Brown R., Full Planet, Empty Plates: the New Geopolitics of Food Scarcity, Rutgers University, Earth Policies Institute, 2012.
  14. Lester Brown R., op cit.
  15. Monica Casper y Lisa Jean Moore, The Missing Bodies: the Politics of Visibility, New York, NYU Press, 2009.
  16. Se llama “desextinción” al “conjunto de técnicas que permiten volver a engendrar un ejemplar o incluso revivir una especie extinta completa ya desaparecida. Tres de estas técnicas son la cría selectiva, la clonación y la inhibición genética. Ver https://es.wikipedia.org/wiki/Desextinción [N. de la T.]
  17. Thom Van Dooren, Flight Ways: Life and Loss at the Edge of Extinction, New York, Columbia University Press, 2014.
  18. Damien Carrington, "World Has Lost Half of Its Wildlife in the Last 40 Years Says WWF", The Guardian, 29 septiembre 2014.
  19. Simon Lewis y Mark Maslin, "Defining the Anthropocene", Nature, no. 518, 2015, pp-229-234.
  20. Heather Swanson: "Why Anthropologists Need Carrying Capacity: Large-scale Salmon Production, Watershed Change, and the Redistribution of Fish", Artículo para el Workshop Patchy Anthropocene de Wenner Gren. Sintra, Portugal, 8-14 Septiembre de 2017.
  21. Marisol de la Cadena, Uncommoning Nature, en e-flux journal, 56th Venice Biennale, 22 agosto 2016.
  22. La Coalición del Agua de Black Mesa (Black Mesa Water Coalition, BMWC en sus siglas en inglés) es una organización sin ánimo de lucro formada en 2001 por un grupo intertribal de jóvenes dedicado a abordar los problemas del agotamiento del agua, la gestión de los recursos naturales y la salud pública en las comunidades navajo y hopi. BMWC tiene la visión de construir comunidades sostenibles y saludables a través del empoderamiento de la juventud, la instalación de infraestructuras energéticas sostenibles, el activismo en torno a las infraestructuras de las industrias extractivas y los proyectos de soberanía alimentaria. BMWC también ha utilizado con éxito las vías legales para regular las industrias contaminantes o cerrar sus operaciones en las tierras tribales. Ver http://www.blackmesawatercoalition.org/ [N. de la T.]
  23. Donna Haraway y Adele E. Clarke (eds.), Making Kin Not Population, Chicago, Prickly Paradigm Press, 2018. Trad. Helen Torres.
  24. La Metropolitan Life Insurance Company (MetLife), fundada en 1863, es la mayor aseguradora de vida de los Estados Unidos. [N. de la T.]
  25. Alison Bashford, Global Population: History, Geopolitics and Life on Earth, New York, Columbia University Press, 2014.
  26. Diane Nelson, Who counts? The Mathematics of Death and Life after Genocide, Durham DC, Duke University Press, 2015.
  27. Donna J. Haraway, "A Cyborg Manifesto" en Socialist Review, 1985.
  28. William Coleman, Death is a Social Disease: Public Health and Political Economy in Early Industrial France, Madison, University of Wisconsin Press, 1982.
  29. Nancy Scheper-Hughes, Death without Weeping: The Violence of Everyday Life in Brazil, Berkeley, CA, University of California Press, 1993.
  30. Charlotte Rutherford, “Reproductive Freedom and African American Women” en Yale Journal of Law and Feminism, vol. 4, no. 2, 1992, pp. 255-290.
  31. Donna J. Haraway, “Historias de Camille” en Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno (trad. Helen Torres), Bilbao, Consonni ediciones, 2019.
  32. Zacharias Kunuk e Ian Mauro, Innuit Knowledge and Climate Change, IsumaTV, Isuma Distribution International, 2010.
  33. Kristina Lyons, “Decomposition as Life Politics: Soil, Selva and Small Farmers under the Gun of the U.S.-Columbia War on Drugs” en Cultural Anthropology, vol. 31, no. 1, 2016, pp. 56-81.
  34. Marsha L. Weisiger, Dreaming of Sheep in Navajo Country, Seattle, University of Washington Press, 2011.
  35. Donna Haraway y Adele E. Clarke (eds.), op cit.
  36. Marisol de la Cadena, op cit.
  37. Kim Stanley Robinson, 2312, Boston, Orbit Books, 2012
  38. Jane I. Guyer y Samuel M. Eno Belinga, “Wealth in People as Wealth in Knowledge: Accumulation and Composition of Equatorial Africa” en Journal of African History, vol. 36, no. 1, 1995, pp. 91-120.
  39. Jane I. Guyer y Samuel M. Eno Belinga, op cit.
  40. Ed Young, “The Desirability of Storytellers” en The Atlantic, 5 de diciembre de 2017.
  41. Donna J. Haraway, op cit.
  42. Donna Haraway y Adele E. Clarke (eds.), op cit.
Donna Haraway
Donna Haraway

Donna Haraway es profesora emérita del departamento de Historia de la Conciencia de la Universidad de California, Santa Cruz. Obtuvo un doctorado en Biología en la Universidad de Yale en 1972. Escribe y da clases sobre estudios de la ciencia y la tecnología, teoría feminista y estudios multiespecies. Ha dirigido más de sesenta tesis doctorales en distintas áreas disciplinarias e interdisciplinarias. Participa activamente en el Science and Justice Research Center y el Center for Creative Ecologies de la Universidad de California, Santa Cruz.
El trabajo de Haraway presta especial atención a la intersección de la biología con la cultura y la política, explorando las figuras de cuerdas compuestas por hechos científicos, ciencia ficción, feminismo especulativo, fabulación especulativa, estudios de la ciencia y la tecnología y-mundos multiespecies. Algunos de sus libros son La promesa de los monstruos (2019), Manifestly Haraway (2016), When Species Meet (2008), The Companion Species Manifesto (2003) [Manifiesto de las especies de compañía (2016)], The Haraway Reader (2004), Modest_Witness@Second_Millennium (1997) [Testigo_Modesto@Segundo_Milenio (2011)], Simians, Cyborgs, and Women (1991) [Ciencia, cyborgs y mujeres (1995)], Primate Visions (1989), y Crystals, Fabrics, and Fields (1976). En 2016 se estrenó la película documental de Fabrizio Terravova titulada Donna Haraway: Storytelling for Earthly Survival, disponible en DVD. Ha editado, junto con Adele Clarke, Making Kin Not Population (2018), que trata sobre la cantidad de humanos, la justicia reproductiva feminista antirracista y medioambiental, y el florecimiento multiespecies.