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"La cubeta mágica (o el gran equipo minúsculo)", por Virginia Buitrón

"La cubeta mágica (o el gran equipo minúsculo)", por Virginia Buitrón

 

CAPÍTULO 1: EL REMEDIO CASERO 

 

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Catalina le leía a Ester su cuento favorito. 

 —La plan ti ta coo men zó a dar cuaaa der noos her mo sí si mooos. 

Tomó un poco de aire para seguir la lectura. Miró a Ester de reojo.  

—Te noto un poco triste. ¿Querés agua? 

Ester no contestaba y no porque fuera una planta (porque bien sabemos que en los cuentos  ¡hasta las piedras hablan!). 

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Ester no tenía fuerzas.  

Catalina, que ya no sabía cómo animar a su amiga vegetal, decidió hablar con su tía Eleonora que sabía mucho (pero mucho) de plantas.  

Después de explicarle los síntomas, Eleonora encontró la solución:  

—¡Ester necesita compost!  

La plantita asintió lentamente con la punta de su hoja más alta.  

—¡Qué bueno tía! ¿Podés traerme un poco de ese remedio? 

—¡Cata! ¡Eso es imposible! Estoy viajando a la selva a investigar a una planta que camina. Pero  no te preocupes, ¡podés prepararlo vos misma! 

 

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—¿Qué hay que comprar? 

—Nada. 

—¿Nada? 

—¡Nada! 

—Sólo necesitarás un poco de ayuda para comenzar, luego tendrás a un equipo minúsculo  sensacional haciendo todo el trabajo.  

—¿Un equipo sin músculos? 

—Jaja, sí, ¡minúsculo y sin músculos! Tené paciencia y pronto lo conocerás. Vayamos por partes: primero buscá una cubeta plástica y pedile a tu vecina Carla que le haga muchos agujeritos con la máquina a la que le teme Gregoria.  

—¡Esa gata se asusta con casi todo! 

—¿Qué van a almorzar? 

—Paaaa, ¿qué estás cocinando? 

—¡Tortilla de remolacha y ensalada de frutas! —gritó Hugo con la cabeza en la heladera. —¡Excelente! Eso servirá para el segundo paso: tenés que guardar las cáscaras de huevo, las  raíces de las remolachas, las cáscaras de todas las frutas y verduras. Luego las arrojás a la  “cubeta mágica”. Voy a enviarte una lista con las cosas que podés tirar y otra con las que no-de-

ninguna-manera-ni-se-te-ocurra.  

—Tía, ¿me dijiste que hay una planta que camina? 

—¡Sí! Ca ta se cor ta la ccccone xión, recordá, sólo verduras, ¡no vayas a tirar caca de Gregoria!
— No, tía, eso no-de-ninguna-manera-ni-se-me-ocurrirá.  

— Y cuidado con las hormigas, que no entren a la cubeta mag jgrfffxxxqww… 

— Ufa. Se cortó. ¿Cómo será el equipo minúsculo?  

—¿Ester, vos ya lo conocés?  

La plantita giró dos hojitas como diciendo que no.  

Catalina puso el plan en marcha; llevó una cubeta a casa de Carla que en un periquete la dejó  como un colador. Carla sabe mucho (pero mucho) de herramientas. Cuando usa la “pico de loro”  Cata la imita y repite lo que ella hace.  

Durante el almuerzo Catalina le fue explicando a su papá cómo hacer compost y a él le pareció  una gran idea. Solo le pidió que reservara las mejores lechugas para Don Lenteja, un tortugo  malhumorado que cuando tiene hambre se dedica a morder dedos desprevenidos. 

 

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CAPÍTULO 2: EL GRAN EQUIPO MINÚSCULO 

 

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Catalina y su amigo Germán volvieron de la escuela dando un concierto de hojas crujientes a  cuatro pies. Se separaron en la esquina de siempre a pasitos del kiosco “De todo” que no tiene casi nada. 

Desde la vereda se oía música. Hugo tocaba la guitarra y cantaba a los gritos en su sala de  ensayo: el baño. Catalina se quitó el guardapolvo y calculó que faltaban dos canciones para  almorzar. Se acostó en el pasto a mirar las nubes. Encontró una con forma de perro ladrando y, un poco más lejos, un barco. Hugo repitió la canción en una versión más lenta. Gregoria se acurrucó junto a Catalina y cuando estaban quedándose dormidas al sol algo las hizo sobresaltarse: 

—¡Ay! ¡Me dolió!  

Gregoria salió corriendo, asustada como de costumbre.  

Catalina se levantó de un salto y regañó al tortugo que la miraba con la boca bien abierta.  

—¡Don Lenteja! ¡Cuántas veces tenemos que decirte que no-de-ninguna-manera-ni-se-te-ocurra mordernos los dedos de los pies!  

Don Lenteja escondió su cabeza dentro del caparazón y volvió a salir con cara de pedir disculpas. Detrás de él estaba su inseparable amigo, Señor Cucarrón, un escarabajo al que le gustaba rodar con las cacas de Don Lenteja.  

—Me parece que tenés mucha hambre. Vamos a ver si en la cubeta mágica hay algo que te guste. ¡Aunque no debería darte nada, por mordedor! 

Catalina se puso las zapatillas para proteger sus dedos y caminaron hacia la cubeta a paso de  tortuga. 

Levantó la tapa y vió a unas simpáticas larvas devorando una remolacha, una babosa paseando  su brillantez sobre una lechuga, una lombriz escabulléndose y unas mosquitas tomando jugo de  pera. 

—¡Este debe ser el gran equipo minúsculo!  

Catalina lo observó un buen rato mientras Don Lenteja le tiraba de los cordones recordándole que seguía con hambre. Distinguió que esa masa anaranjada llena de gusanitos era la cáscara de la naranja que había exprimido esa mañana y que las lombrices estaban bien abajo donde ya no  había colores.  

—¡Ustedes sí que tragajan

 

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Catalina escuchó que su papá la llamaba así que se despidió del equipo sin músculos, digo minúsculo, y se dirigió a la cocina escoltada por Don Lenteja y Señor Cucarrón. 

 

CAPÍTULO 3: LA CACA

 

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A Gregoria le encantaba el invierno porque podía practicar su actividad favorita: dormir al lado  de la estufa. Ester seguía cachuza, pero aguantaba porque sabía que faltaba poco para que el  compost estuviera terminado. A veces Gregoria le acariciaba las hojas con su cola y ella parecía  sonreír.  

El que estaba desconcertado era Señor Cucarrón. Extrañaba a Don Lenteja desde que comenzó su larguísima siesta. 

Catalina empezó a preocuparse por el escarabajo.  

—Hola Señor Cucarrón, le traje una bolita de vidrio para que pueda jugar. 

Pero a Señor Cucarrón no le interesó ese juego. Seguía caminando de acá para allá sin prestarle atención a la bolita transparente.  

Cata decidió interrumpir a Hugo mientras corregía exámenes para contarle la situación.  

—Papá, ¿puedo preguntarte algo? 

—Claro, Cata, contame mientras caliento el agua para el mate.  

Ya les dije que en esa casa se tomaba mucho mate. Hugo lo tomaba de todas las formas posibles: amargo, caliente, frío, lavado, con yuyos, pero nunca-de-ninguna-manera-se-le-ocurriría tomarlo  con edulcorante. A Catalina le gustaba con un poco de miel y bien calentito.  

—Estoy preocupada porque Señor Cucarrón no quiere jugar con ninguna pelotita que le doy y  parece aburrido desde que no está Don Lenteja.  

Hugo le da un mate a Catalina: 

—Lo que pasa Cata es que Señor Cucarrón no juega con cualquier pelotita. Él necesita pelotas de caca. 

—¿Sólo juega con cacas de Don Lenteja?... ¡Tengo una idea! ¡Despertémoslo! Lo traemos cerca de  la estufa y le damos zapallitos. 

—No, Cata, no podemos despertarlo. Él necesita dormir todo el invierno. Y Señor Cucarrón no las usa para jugar, es para alimentar a sus larvitas. Puede usar otras cacas de cualquier herbívoro.  —¿Herbívoro? ¿Qué es eso? 

—Un animal que se alimenta de vegetales.  

—¿Como la tía Eleonora que es vegetariana? Pero ella está de viaje, su caca va a tardar en llegar.  

—No, no Cata, tiene que ser de un animal herbívoro no humano: vacas, caballos, ovejas… —¡Pero no vamos a encontrar esos animales en este barrio! ¡Tendremos que llevar a Señor Cucarrón al campo! 

—¡No me dejaste terminar!  

Cata se calla. Toma un mate y su papá le dice sonriente y cantando:  

—Cooo-neee-joos 

—¿Conejos? ¡Tengo que hablar con Germán!  

Catalina le pidió el celular a Hugo. Buscó el contacto de Inés, la mamá de Germán, y envió un  emoji de ballena lanzando un chorro de agua. Es uno de los tantos códigos que tienen para  comunicarse. Ese significa que Catalina o Germán están usando el teléfono. Si alguno contesta  con hocico de chancho es que están comiendo y no pueden atender. Mono con ojos tapados:  mensaje secreto. Lechuza: adulto escuchando; y tienen un montón más, pero no los sé porque son ultrasecretos. 

Germán envía dos ballenas lanzando un chorro de agua y ahora saben que pueden mandarse  audios hasta que aparezca el dragón. 

—Hola Germán, cuando vengas a hacer la tarea ¿no me traerías un poco de caca de Tito? 

—Esperá que le pregunto... Dice mi abuelito que no hizo caca.  

—¡Pero no, Germán! Necesito la caca de tu conejo Tito. 

—¡Otra vez Cata! ¡Cuántas veces tengo que repetirte que no se llama Tito! ¡Es LI - TO! —¡Perdón! Lo olvidé otra vez. Bueno, ¿podés traerme un poco? 

—Sí.  

—Emoji dragón. 

 

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CAPÍTULO 3.5: SE HIZO PELOTA 

 

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Lo que más le gustaba a Germán de la casa de Catalina era poder trepar a los árboles y correr. A  Catalina le gustaba ir al edificio donde vivía Germán porque disfrutaba viajar en ascensor y ver  todo diminuto desde lo alto.  

Germán juntó la caca de Lito y la puso en una bolsita. Inés le preguntó si era para el compost de  Cata pero Germán no tenía ni idea. Caminó una cuadra, se detuvo en el kiosco “De todo” a  comprar un turrón pero no vendían, preguntó por unas monedas de chocolate pero no le  quedaban más, así que terminó llevando maní con chocolate. Llegando a la esquina se puso unos cuantos maníes en la palma de la mano y cuando estaba por metérselos a todos en la boca 

¡pum! recibió un pelotazo que lo sentó de cola.  

—¡Germán! ¿Estás bien? —Preguntó Catalina preocupada.  

—¡Me tiraste los maníes con chocolate!  

—¡Perdón! ¡Empecé a practicar con la zurda y no la controlo todavía!  

—¡Y rompiste la bolsa con las caquitas de Lito! 

En ese momento se dieron cuenta de que los maníes y las cacas de conejo se esparcieron por la  vereda, y eran tan parecidos que no podían distinguirlos. Les agarró un ataque de risa tan (pero tan) fuerte que les dolió la panza. 

Hugo les preparó un té de boldo con miel mientras hacían los deberes. Cuando terminaron sus  tareas se abrigaron bien y fueron al jardín a entregarle las bolitas de caca (y algunas de  chocolate) a Señor Cucarrón. Este construyó una súper pelota de caca que llevó rodando  rápidamente con su compañera. Les pareció tan divertido que entraron a buscar la pelota de  yoga de Hugo e intentaron rodar juntos en el living hasta que se rompió un jarrón, y taza, taza,  cada uno a su casa.  

 

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CAPÍTULO 4: LAS ENOJADAS 

 

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Los árboles cambiaron su melodía, la rosa china exhibió orgullosa sus flores rojas y Señor Cucarrón volvió a perseguir al tortugo. Las mosquitas que merodeaban la cubeta mágica se convirtieron en bocaditos de un ágil colibrí que estuvo a punto de convertirse en canapé de Gregoria. Esa tarde Catalina y Germán se sentaron a jugar a la payana. Le tocaba el turno a Germán: 

—La del cuatro nunca me salió. ¿Cómo hacés?  

—No tenés que arrojarlas tan alto. 

Catalina mira fijo a las piedras.  

—¡Mirá Germán! ¡La piedra se mueve!  

Al levantarla encontraron a tres hormigas mientras otras tantas los encerraban formando un  círculo. Se pararon en dos patas y levantaron las delanteras como protestando.  —¡¿Qué les pasa?! ¡¿Por qué están enojadas?! —preguntó Catalina. 

—¡Recórcholis! —dijo Germán refregándose los ojos—¡El tacho de basura camina! Cuando miraron mejor se dieron cuenta de que debajo del cesto de residuos había montones de  hormigas.  

—Creo que tienen hambre —acotó Catalina—. Desde que compostamos ya no tienen qué comer  en la cocina.  

Las hormigas comenzaron a desnudar a la gran albahaca que perfumó el momento de  desesperación. Catalina corrió a llamar a su tía para que la ayude con este nuevo problema.  —¡Hola Tía! ¿Y esos monos? 

—Hola Cata, son unos monos muy traviesos. ¿Cómo va el compost? 

—¡Va de maravilla! ¿Puedo dejar entrar a unas hormigas?

—¡No Catalina! Eso sí que no-de-ninguna-manera-ni-se-te-ocurra-jamás. Una vez adentro  fabricarán su hormiguero y dejarán sin hogar al equipo minúsculo.  

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—¡Pero no tienen qué comer! ¡Si atacan a las plantas será una tragedia! ¡No quiero un jardín sin  flores!  

—Lo que podés hacer es… ¡Ey! ¡Devolveme mi teléfono! 

—¡Tía! ¡Tía! ¡No te escucho! ¡Qué rápido corrés! ¿Estás arriba de un árbol? Un mono se asomó por la pantalla. Catalina le contó a él su problema ya que su tía no aparecía. El mono peló una banana, la partió a la mitad y le convidó a otro mono que saludaba desde atrás.  

—¡Excelente idea! ¡Muchas gracias! 

Catalina hizo un pozo en un rincón del jardín (con ayuda de su vecina Carla, que justo estaba  arreglando el alambrado). Allí arrojó restos de verduras y frutas para que las hormigas pudieran  comer rico y dejaran de protestar.

  

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CAPÍTULO 5: LA FIESTA DEL COMPOST 

 

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La cubeta mágica tenía un montón de amigos nuevos: una lagartija que no se dejaba fotografiar,  un sapo grandote que no compartía mosquitas con el colibrí, un zorzal que desayunaba larvas y  unas arañas de ocho ojos que vigilaban todo lo que pasaba. 

Catalina organizó una fiesta para recibir al compost y agradecer a todos los que ayudaron a  realizarlo.  

Germán se trepó al limonero para sacar los frutos más amarillos y preparó limonada con ayuda  de Hugo. Lito y Gregoria se miraron durante horas sin moverse. Don Lenteja no mordió a nadie y  Sr. Cucarrón jugó una carrera de bolas de caca con otros escarabajos.  

Eleonora llevó galletitas de algarroba que le salieron muy (pero muy) ricas y una maceta más  grande para Ester. 

Carla dió vuelta la cubeta y quedaron todos estupefactos al ver y oler el compost. ¡Era tierra con  aroma a bosque! Catalina la tamizó con una especie de colador cuadrado donde los bichos  saltaban divertidísimos (menos las lombrices que prefirieron jugar a las escondidas). El primer puñado de tierra fue para Ester que esperaba ansiosa debajo de una sombrilla.  Pusieron las cáscaras de limones en la cubeta mágica y enseguida el equipo minúsculo se puso a tragajar

Y colorín colorado,  

este compostaje recién ha comenzado. 

 

LA YAPA 

 

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Ester está espléndida y le recomienda compost a sus plantas vecinas. 

Germán hizo una compostera en el balcón y además de verduras pone caca de Tito, digo Lito. 

Don Lenteja está chocho con el compostador al ras del suelo aunque a veces lo muerde alguna  hormiga que se traga sin querer.  

Los monos se especializaron en sacar fotos a turistas a cambio de comida, aunque prefieren las  selfies.  

 

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*Cuento infantil realizado por Virginia Buitrón en 2019, editado en el marco de la serie de publicaciones Prácticas artísticas en un planeta en emergencia.

Virginia Buitrón
Virginia Buitrón

Estudió en las escuelas de Bellas Artes Carlos Morel y Prilidiano Pueyrredón. Desde niña observa insectos e interactúa con ellos, pero confiesa que recién ahora se amigó con las hormigas. Tiene una huerta despeinada y es fan del compost.
Hace seis años unas larvas le mostraron que dibujaban. Desde entonces hicieron obras juntas y las expusieron en el Centro Cultural Kirchner, Museo Macro, Casa Nacional del Bicentenario, Palais de Glace, Museo Rosa Galisteo y un montón de lugares más. Las larvas y Virginia festejaron al recibir el Premio Honorable Cámara de Senadores de la Provincia de Buenos Aires (2021) y el Gran Premio Kenneth Kemble (2018).
Virginia escribió este cuento en 2019, en invierno, cuando las larvas dormían como Don Lenteja.