Incendios, 2020-2021
Acrílico sobre lienzo, 150 x 1000 cm
Colaboración: Gabriela Pulópulo
Romina Orazi – (Pcia. de Chubut, 1972) Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires.
Si tu biografía comienza con “Trelew, 1972”, no es cualquier referencia. La masacre de Trelew es un hito histórico y estético porque allí se originaron las primeras imágenes “oficiales” de la violencia del terrorismo de Estado. En esos aciagos días donde la Base Almirante Zar era el foco de atención general, nació Romina Orazi. No es casualidad entonces que sus primeras apariciones en el espacio público tuvieran que ver con las fricciones producidas al intentar introducir en el corazón de las ruinas/monumentos del aparato de represión estatal sus intereses por el movimiento de la cultura libre y el copyleft o la ecología. Orazi se declaraba jardinera e inventora con su primer obra conceptual, Insert coin (2008), donde, al introducir una moneda en una ranura, una interfaz creaba un ecosistema que permitía la vida de una planta. Cuando el país se preparaba para los fastos del Bicentenario, Romina tuvo una serie de altercados con obras site specific producidas en espacios culturales situados en la ex ESMA. Primero fue una intervención de siembra en las grietas del suelo de la capilla del complejo, y luego la controversial Casa en el árbol, una construcción producida del reciclado de materiales de edificios demolidos, que fuera duramente objetada por una referente de las organizaciones de derechos humanos y posteriormente destruida. Después se presenta a un concurso que gana, pero el premio le es negado por acusaciones de plagio, lo que la lleva a demandar a la organización y a recorrer el espinel del aparato estatal, que no solo puede reivindicar derechos sino también censurar y complotar.
Si el acceso a la libre circulación de la información y al hábitat marcan sus primeros intereses, sus obras posteriores se irán enmarcado en la creciente crisis ecológica, donde la agenda de derechos comienza a escorarse hacia el lado de la naturaleza. La obra Alud, que forma parte de Casa tomada (Casa Nacional del Bicentenario, 2016), es una señal genérica de que la tierra se nos viene encima.
En los últimos años, la multiplicación exponencial de las imágenes de incendios forestales, de Indonesia a Bolivia, y de Australia al Amazonas, conforman una trama redundante de imágenes cuyo signo es el peligro, que plantean un problema estético y moral. Si el Guernica produjo la primera imagen artística de un bombardeo a escala de una pequeña ciudad como objetivo militar, los incendios del Amazonas buscan ser la prueba de que la guerra esta vez es a escala planetaria. En una época en la que proliferan las imágenes satelitales de plumas de humo, geolocalizaciones en tiempo real de incendios a base de sensores, Romina Orazi –a la manera de un Cándido Lopez confinado por la pandemia– se entrega a la labor de retratar desde su casa la violencia contra la Tierra, mediante la técnica del gran panorama. La imagen llega después del proceso de destrucción, pero en estos días su provincia natal se encuentra en medio de una dura resistencia contra la aprobación de la megaminería. ¿Cómo será la relación de estas imágenes globalizadas con el devenir local?
Por m7red