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Conversación entre Romina Orazi y Tania Puente García

Conversación entre Romina Orazi y Tania Puente García

Muchas cosas pueden ser un jardín, un texto también

Por Romina Orazi y Tania Puente García


 

21 de septiembre 

Hoy, en este hemisferio, el calendario marca el comienzo de la primavera. El sol se ubica en el plano del ecuador celeste y alcanza su punto más alto, su cénit, haciendo de los tiempos de la noche y del día dos mitades. Las equivalencias y los equilibrios nos llevarán a una temporada más de reverdecimiento, de brotes y florecimientos.

 

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La primavera austral es un regalo compuesto de asombro y confusión. En México, el equinoccio primaveral sucede el 21 de marzo y lo asocio indefectiblemente con madres y padres de familia que decoran con flores multicolor de papel crepé los triciclos de sus hijas e hijos ataviados como abejitas, conejos y árboles, listos para el festival escolar. A la distancia, pienso en estas costumbres —que no son exclusivas de México— de celebrar la llegada de la primavera desde los primeros años de existencia, un evento escolarizado y colectivo que vincula el ciclo de renacimiento natural con esas primeras experiencias de sociabilidad en el jardín de infantes. Niños y niñas como flores, como animales no humanos y astros, dándole la bienvenida al verdor floreciente.

 

A veces, en mi mente, en septiembre estamos entrando al otoño. Un otoño confundido, por supuesto, porque mi cuerpo reclama tardes al sol y pies descalzos sobre el pasto, maravillándome con las carnosidades florales de esta ciudad. 

 

Qiyi City Forest Garden en Chengdu, China Crédito: SUNLING (EFE)
 

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En otoño, la ciudad de Chengdu, en China, se tiñe de ocres. Ubicada al suroeste del país en una llanura rodeada por montañas boscosas, Chengdu es habitada por más de 14 millones de personas y cuenta con climas diferenciados entre estaciones, así como temperaturas que van de los 2º a los 30º centígrados a lo largo del año. “Suave y húmeda” son dos adjetivos que la describen en su entrada de Wikipedia, como si fuera una criatura sensible de piel sudorosa, sensual, rebosante de vida. Tal vez es gracias a ese humor fértil en su ambiente que, para evitar su extinción, los pandas gigantes consiguen reproducirse en la reserva natural Wolong, localizada al norte de esta ciudad china.

 

En estos días, el nombre de Chengdu apareció en los titulares de diarios de todo el mundo, acompañado por fotografías de un conjunto de imponentes torres de departamentos cubiertas casi en su totalidad por plantas. Árboles y arbustos parecían emerger de los balcones con un ímpetu vital desenfrenado. Frondosos y voraces, dejaban caer sus lianas y enredaderas para agazaparse sobre las superficies verticales y continuar con su crecimiento expansivo.

 

El lujoso conjunto habitacional Qiyi City Forest Garden emergió como una promesa arquitectónica ecológica que seguiría los pasos de proyectos exitosos de bosques verticales como los del italiano Stefano Boeri, quien se ha convertido en el representante de esta tendencia con proyectos como el Bosco Verticale de Milán. Con la premisa de una vida apacible y comprometida con el ambiente, rodeados de naturaleza y con espacios disponibles para practicar la horticultura, los habitantes de las torres habrían de encontrar un refugio verde frente a la selva de concreto. Al parecer, para el mes de abril de 2020, todos los departamentos disponibles se habían vendido. Era primavera y aquellas torres mostraban su mejor cara.

 

En las noticias, la breve historia de Qiyi City Forest Garden se narra como una injusta batalla entre los humanos y la naturaleza, en donde los perdedores resultaron ser los primeros. El titular de un diario argentino declara: “Tuvieron que abandonar sus casas. Era un proyecto de viviendas ecológicas, en el que las plantas y los mosquitos se apropiaron del lugar”. En los pies de foto, las imágenes se asocian de inmediato a escenas de filmes postapocalípticos, como si la flora reptando sobre las ruinas en potencia fuera uno de los clichés representativos de la distopía. Como si fueran un atisbo del paisaje que nos sobrevivirá, cuando la civilización humana llegue a su fin.

 

“Abandonar”, “vivienda”, “ecología”, “apropiación”: en la combinación de palabras de ese encabezado se cifra una peligrosa idea de conquista a la inversa, así como de víctimas y victimarios en torno a la insistencia sobre la propiedad privada. Posibles títulos para una película de Cine B: Qiyi, la naturaleza asesina o La invasión de los mosquitos letales: Chengdu City. En el relato mediatizado de este proyecto arquitectónico fallido lo que también se pone de relieve es el desequilibrio ecológico, la errada insistencia en las ciudades como modelo único de vida contemporánea, y el uso de las prácticas de sustentabilidad para blanquear construcciones lujosas y extractivistas. 

 

Es otoño. Y aunque las hojas de algunos árboles cambien de color, la naturaleza de esa metrópolis suave y húmeda no languidecerá.


 

24 de septiembre

La resistencia librada en Qiyi City Forest Garden me recuerda a la idea de “Insurrección no humana” como una respuesta a la violencia y al sometimiento que ejerce la humanidad contra los otros seres que habitan el planeta. El grupo m7red hace referencia a la insurgencia no humana como una reacción de los seres no humanos al sometimiento que el aparato urbano-industrial libra contra ellos. El evidente cambio en la biósfera terrestre pareciera una respuesta a la violencia humana, un movimiento envuelto en sus propias dificultades vitales, que implementa distintas estrategias para establecer así su manera de sobrevivir-nos y, de alguna manera, restablecer sus propios modos evolutivos. 

 

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No podemos seguir considerando los espacios donde la naturaleza se desarrolla libremente sólo como lugares en los que se hace visible el abandono del poder del hombre sobre éstos. Son lugares con un tesoro genético que asegura el futuro y que se producen sobre todo en las interfaces (sombra-sol, bosque-pradera, agua-tierra).

 

Los lugares donde se refugia la diversidad no pueden instalarse en muchas partes porque el hombre está interviniendo constantemente, impidiendo que se desarrollen. Muy a menudo esos espacios reclamados por la naturaleza son terrenos baldíos o abandonados o, como en el caso de Qiyi City Forest Garden, espacios ganados, que después de un tiempo se convierten en bosques o selvas. Todo eso que protege la diversidad hay quien lo ve como una pérdida de poder. Y no es así: por mucha tecnología que tengamos, dependemos de la biodiversidad para poder vivir.

 

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La primavera es quizás la estación del año que nos ayuda a re-member, reunir miembros y “recordar” a la vez (como lo dice bellamente la filósofa estadounidense Donna Haraway) que somos parte de algo más grande que la humanidad en sí misma. Si pensamos la Tierra como un organismo vivo, del cual somos parte, es el momento para poder percibirla con todos nuestros supersentidos humanos. Vemos despertar, brotar y crecer a otros seres, olemos sus perfumes, escuchamos sus sonidos. Gaia o la Tierra es un superorganismo compuesto por una red viviente de organismos que a través de su interacción conforman el delicado equilibrio de la biósfera. En la visión del científico y ambientalista James Lovelock, el planeta es un ser vivo inteligente, una unidad de la cual todas las formas de vida son parte.


 

30 de septiembre

A nueve días del comienzo de esta primavera, la vida florece, sigue su ritmo, defiende una constancia palpitante e interconectada. Me gusta mucho el señalamiento que haces en torno a la “insurrección no humana” de la cual habla m7red. Si hay que pensarlo en términos de ganancias y pérdidas, sin duda esos avances por parte de las especies no humanas son una victoria también para nosotros, incluso si en ocasiones hay quienes se empeñan en hacernos creer lo contrario.

 

Me interesa saber de qué manera te vinculas, desde tu sensibilidad artística, con este superorganismo, red viviente a la cual observas, escuchas y atiendes por fuera de cualquier mandato de dominación. Es decir, cuando veo tu práctica y tu obra, pienso en cómo propones situaciones que a primera vista parecerían completamente descabelladas, por fuera del orden y la norma, pero que, con una mirada más atenta, se despojan de ese velo de imposibilidad y nos abrazan para pensar en otros mundos y en otras oportunidades de encuentro.

 

Alud, 2016 Instalación de sitio específico, estructura de madera cubierta con tierra y semillas CNB Contemporánea

 

“Crear y criar”: 

¿Qué hay en ese binomio que, en principio, no sería de opuestos, pero que, en este contexto, detona ideas tanto de éxito y genio, como de sumisión? 

¿Por qué la creación se ancla a una práctica patriarcal y, desde esa misma óptica, el criar queda relegado a un espacio doméstico y femenino, en donde aquellas crías someten la libertad de quien las cuida? 

¿Cómo podemos dejar de ser creadores, competidores únicos en una carrera hacia aquellas ideas peligrosas de éxito y reconocimiento, para convertirnos en criadoras emancipadas?

¿Cómo podemos extirpar la crianza de su asociación con ideas opresivas, utilitarias y restringidas, históricamente, a las mujeres?

¿Es el criar una actividad que se observa o que se experimenta? 

¿Desde qué direcciones corren sus fuerzas? 

¿Cuáles son las líneas que se tensan en las prácticas de crianza y cuidado? 

¿Cómo aparece el criar en tu práctica, sobre todo, en tu práctica artística? 


 

5 de octubre

Aproveché el comienzo primaveral para releer al jardinero Gilles Clément; me encanta como él denomina “jardín global” al planeta Tierra, él usa ese concepto especialmente refiriéndose a la biosfera, como espacio vital.

 

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Abrojos, 2008 Fotografía toma directa, 90 x 65 cm

 

Para mí, el jardín siempre fue algo muy importante, porque todo tiene que ver con otros seres vivos, con las plantas, con animales a veces y, sobre todo, con el tiempo. Es un lugar para una relación íntima con la naturaleza, es decir, caminar, ser tocado por los colores, los sonidos, los olores, incluso ser acariciado; también es el lugar para ser sorprendido por un ave o una mariposa que aparece inesperadamente frente a nosotros. 

 

Durante la niñez, comencé haciendo trabajos en el jardín con mis abuelos y luego hice mi propio jardín, que fue un espacio de experimentación y aprendizaje. Después tuve la oportunidad de hacer otro tipo de trabajos colaborativos, instalaciones y huertos. En este sentido, me interesa relacionarme con proyectos que refuerzan vínculos con territorios de afecto y vitalidad, como lo son el jardín y el paisaje. Si pudiéramos ampliar esta relación a la escala del planeta, entonces esta experiencia nos llevaría a pensar en la Tierra como un “jardín global” en lugar de un conjunto de grandes parches de especies vivas.

 

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Hay un error de fondo y es el de entender el “proceso creativo” como centrado en un yo. Esa no es la perspectiva desde la cual me interesa trabajar. Al contrario, el carácter "degradable" de los objetos generados por la humanidad da cuenta de la integración de otras dimensiones que exceden por completo no sólo al "creador", sino a toda la actividad humana.

 

Criar es una experiencia que se relaciona a la multiplicidad de sistemas de vida y no a una selección; se trata de guiar más que forzar: acompañar. Somos parte de un mundo simbiótico, vivimos en intercambio constante con otros seres humanos y no humanos con los cuales cohabitamos un planeta vivo. Estoy interesada en la comprensión de las dinámicas más generosas con la vida, con todo aquello que no es ego endurecido por esta visión narcisista del mundo, sino que es parte de un movimiento indisoluble.

 

No se trata de pensar la relación entre las especies, sino de ser en conjunto para dejar de pensar lo diferente como algo que está disponible. El concepto de compost planteado por Donna Haraway resulta interesante. Hay que pensar cuáles son las relaciones en esas existencias —holobiontes y holoentes—que nunca son una suma de individuos, sino que conforman una colectiva que se actualiza en esos cuerpos y en su espacio.

 

Esta es una oportunidad para proponer un duelo por la idea de crear, desde una sensibilidad totalmente horizontal y desprejuiciada, desconociendo por completo nuestras jerarquías de signos, íconos y valores, pero con el pathos mínimo para iniciar este trabajo de elaboración del fin.

 

Pienso en cómo criar espacios para la vida y los afectos. ¿Cómo dibujamos eso? Es difícil, porque estamos acostumbrados a hacer un dibujo para un espacio con una forma, ¿por qué esa forma? Puede que no haya ningún dibujo ni concepción formal para explicar algo que corresponda a nuestro tiempo; probablemente sean muchos dibujos que se adecúen a cada terreno, a cada clima, a cada suelo, a los seres que viven allí.


 

12 de octubre

Releo las últimas reflexiones y pienso, de nuevo, en otros rituales de infancia escolarizada que poco a poco van perdiendo fuerza tras una lucha por repensar nuestra historia ancestral y tomar entre nuestros dedos esos sustratos constitutivos que nos apartan de ideas como la celebración de la conquista, las representaciones reduccionistas de las diferencias inscritas en una jerarquización, la superioridad que insiste en erigir monumentos y ordenar jardines.

 

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¿Cómo podemos desjerarquizar la figura del jardinero creador, de aquellos espacios verdes delimitados, trazados con la intención de demostrar y exhibir el poder sobre la naturaleza y sobre los otros? ¿Mediante qué imágenes podremos cambiar aquella asociación fija de jardines rígidos, trazados para ser contemplados desde arriba, con flujos establecidos y coercitivos que imponen en sus visitantes una manera de actuar, de comportarse en público, de forzarse a ser vistos con decoro y disciplina? ¿Cómo subvertir la idea del jardín como un dispositivo higienista y disciplinario? ¿Cómo permitirnos transitar por la maleza ya no como individuos, sino con la plena consciencia de ser conjunto?

 

En su investigación de los años setenta, La invención de lo cotidiano, Michel de Certeau contrapone las imágenes de la observación panorámica de un paisaje urbano desde la cima de un edificio con la del tránsito de los peatones a través de las calles; puede ser que quienes se mueven por la ciudad carezcan de esa mirada vertical que controla y posee, pero, por el contrario, se arman de cuerpo, de movimiento, de cruces y relaciones en medio del dinamismo del espacio. Con la afirmación de su táctica surge, entonces, un reacomodo en los procesos del andar, en donde el caos y lo inesperado son la vida que ebulle y que ninguna mirada podrá fijar ni detener.

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Me gusta imaginar esa participación tuya desde niña en los jardines, ensuciándote las manos, maravillándote con los aromas, distinguiendo temperaturas, colores, señales de vida que comparten su tiempo contigo y resitúan nuestras presencias como animales humanos en la Tierra. Para ese proceso de desjerarquización del jardinero y, con él, el del jardín, podríamos partir afirmando que la jardinería no se aprende en la escuela, sino en un club. Por fuera de los sistemas de evaluación y divisiones grupales entre rangos etarios, certificaciones y prestigio, el hacer de la jardinería se transmite y se comparte desde espacios desescolarizados, intergeneracionales, en donde existe un interés compartido y en donde todas las voces tienen algo que aportar para los procesos cruzados de crecimiento.

 

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Alud, 2016 Instalación de sitio específico, estructura de madera cubierta con tierra y semillas CNB Contemporánea
 

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Retirada, 2019 Instalación, barco de madera, tierra y plantas, medidas variables

 

De alguna manera, algunos de tus proyectos artísticos encarnan esta idea del club de jardinería, así como el de las instanciaciones de esos otros seres vivos en espacios que no concebimos como los “propios”. Has hecho florecer en más de una ocasión muebles que marcan la cotidianidad de habitar una casa: entre las grietas de la madera brotan yuyos, y de las patas y respaldos de las sillas se prenden enredaderas. Entre baldosas y resquicios has dispuesto las condiciones para que el musgo pueble esas hendiduras e inaugure caminos de posibilidad —tácticas que resuenan en los tránsitos de de Certeau—, e incluso has llenado salas de espacios expositivos con montículos de tierra, los cuales sembraste para que brotara pasto en ellos. ¿Qué sucede cuando generas las condiciones de posibilidad para que plantas y otros seres cobren entidad en los espacios expositivos del arte? ¿Qué marco les da? ¿Qué tiempo reclaman? ¿Son paréntesis espectrales de otras vidas, recordatorios de lo que queda por fuera de esos mundos acotados de intercambios simbólicos?

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Me pregunto también por ese bote con el cual trabajaste un proceso de jardinería colectiva en la Bienal de La Habana, una selección afectiva comunitaria de aquello que resulta más valioso para algunos, las especies de flora que salvarían… y, al mismo tiempo, montadas en aquella embarcación, tan significativa para la comunidad cubana, un ícono de las migraciones y viajes a través del océano con la promesa de un futuro mejor, lacerado en las carnosidades de los labios expuestos al agua salada y los rayos del sol. 

 

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Veo, recorro, dimensiono y siento tu trabajo como una suma de tensiones que resisten, que prometen una vida que son, en verdad, muchas vidas, que nos enfrentan a nuestra finitud, y por ello nos orillan a la insurrección, a tomar una conciencia política fincada en el cuidado, en la espera, en el reconocimiento de la otredad, pero jamás las ganas de aprehenderla para que una voz eclipse al resto del coro.


 

22 de octubre

Las plantas son las grandes mediadoras de nuestro mundo, transforman la energía solar en materia viva, producen oxígeno. Incluso cuando viven en suelos contaminados, en entornos maltratados por el humano, las plantas hacen posible nuestro mundo. Como diría el filósofo Emanuele Coccia: las plantas son nuestros guardianes/jardineros.

 

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Trabajar con plantas es siempre una experiencia hermosa, sea en un espacio institucional, un territorio, una huerta o en un espacio público. Se genera una dinámica particular en el trabajo-montaje; las personas se acercan con curiosidad y ganas de compartir su conocimiento relacionado al mundo vegetal. Se comentan especies, los nombres que comparte una misma planta, las propiedades curativas, culinarias o nutritivas, las preferencias espaciales y lumínicas, las relaciones, los cuidados, etc. Las plantas y sus formas de vida singulares, relegadas a los márgenes del pensamiento sobre la vida misma, sobresalen del entorno en el que se trabaja para compartir momentos, experiencias, parentescos, asociaciones, colectividades, mundos. Esta relación de sensibilidad y conocimiento interespecie se ha transmitido durante varias generaciones, ha resistido a la modernidad y a las instituciones, en el cuidado y en la práctica del mundo femenino del “criar”.

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Los clubes de jardinería crían con otros procesos cruzados de crecimiento que nos invitan a pensar en las plantas y, con ellas, reivindicar un enfoque no instrumental de la vida.

 

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No para convertirse en planta, sino para devenir humanos otros, ya que la planta mediada post-natural es una planta otra.

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En La Habana, trabajamos en el proyecto llamado Retirada, instalación basada en una encuesta en la que se le preguntaba a personas de diversos sectores, profesiones y edades, qué plantas desearían salvar en caso de guerra o desastre natural. El resultado fue un pequeño bosque sobre un bote, conformado por plantas, tubérculos y frutos que son parte esencial de la comida del cubano, así como las que decoran sus jardines, y otras hierbas de uso medicinal y ritual de las religiones sincréticas afrocubanas. Este proyecto se convirtió en un hacer colectivo de intercambio.

 

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Uno de los territorios prósperos para generar relaciones multiespecie son los jardines, repensados como espacios enfocados en la gestión de la vida en común que integra a los humanos y a todos los seres, orgánicos o artificiales, del entorno o el cosmos. Lugares propicios para mirar desde otra parte. También para recuperar miradas que han quedado fuera de la óptica de la modernidad. Rehacer nuestra cultura reduccionista es un proyecto básico de supervivencia en nuestro contexto actual.

 

Es decir, debemos insistir en que la naturaleza no puede ser pensada sin la humanidad y viceversa.

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¿Cómo cuestionamos la mirada hegemónica, vertical, distante, en la que todos caemos, si buscamos la verdad absoluta o las cualidades esenciales del mundo? Este proceso requiere de una reconfiguración de nosotros como humanos y una conciencia de inter-seres que somos en simpoiesis con otros seres. La simpoiesis es una condición de vida, nada se autoproduce, todo se coproduce; es también una metáfora biológica para pensar lo humano como con-figuración colectiva de mundos más vivibles.

 

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Pienso en las grietas, las fallas, los intersticios como espacios en donde se conserva la humedad, propicios para la vida. También generan una interferencia, en el material o en el sistema, como una interrupción de sentido que propone acabar con la mirada única de las cosas.


 

Reconocemos nuestra deuda y agradecimiento a las ideas y trabajos de las siguientes pensadoras y pensadores para poder sembrar este texto: Gilles Clément, Emanuele Coccia, Michel de Certeau, Donna Haraway, James Lovelock y m7red

Romina Orazi
Romina Orazi

(Trelew, Chubut, 1972)

Artista y jardinera. Licenciada en Artes Visuales por el Instituto Universitario Nacional del Arte. Obtuvo la beca de Artes Visuales de la Fundación Telefónica para participar del programa Tec en el Arte (2008); LIPAC, Laboratorio de Investigación en Prácticas Artísticas Contemporáneas, en el C.C.Rojas (2009); la beca de viajes Oxenford (2019) y la beca Activar Patrimonio (2020). Desarrolla un proyecto de huerta comunitaria que vincula arte y naturaleza vegetal en la villa Rodrigo Bueno, proyecto seleccionado por el Fondo Metropolitano de las Artes (2018). Se desarrolló como tutora del Proyecto Triangular, en la Fundación Cazadores (2019). Participó con su obra en Bienal Sur (2017), en la 13a Bienal de La Habana (2019) y en numerosas muestras individuales y colectivas en la Argentina y el exterior.

Imagina sus obras como biosferas que integran el “mundo natural”, “no humano” y su relación con la cultura. Procesos que involucran microorganismos, sistemas sociales, lenguajes artísticos tradicionales, proyectos colaborativos, acciones de siembra.

Tania Puente García
Tania Puente García

Curadora, traductora e investigadora mexicana. Magister en Curaduría en Artes Visuales por la Universidad de Tres de Febrero y licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Participante del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (2018). Ha desempeñado labores de gestión, investigación y curaduría en diferentes galerías y museos, entre ellos waldengallery (2016-2020, Buenos Aires), el Museo de Arte Moderno (2013-2015, Ciudad de México) y el Museo Nacional de Arte (2010-2011, Ciudad de México). Publica de manera frecuente en revistas especializadas en arte de México y otros países. Su trabajo aborda las prácticas artísticas en el espacio público, los residuos urbanos, la ruina y los intersticios.