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"Cuerpos caídos dentro de cuerpos”, por A. Tsing, H. Swanson, E. Gan y N. Bubandt

"Cuerpos caídos dentro de cuerpos”, por A. Tsing, H. Swanson, E. Gan y N. Bubandt

¿Y si todos los organismos, incluyendo los humanos, estuvieran enredados los unos con los otros?

 

Las medusas son monstruos. Sombrillas de cristal suave tan coloridas como las flores, brotan desde las profundidades acuáticas con delicada gracia. Aun así, afligen a aquellos que se enredan en sus hirientes tentáculos. A lo largo de las playas de Australia, Florida y las Filipinas, las medusas se están volviendo una amenaza mayor a la de los tiburones, enviando a grandes cantidades de nadadores al hospital, algunos con picaduras letales. En la costa de Japón, 204 kg de medusas nomura volcaron botes que habían atrapado a muchas de ellas entre sus redes. En el Mar Negro, las medusas ctenóforas comen diez veces su peso en un solo día, destruyendo la fauna y la pesca. Mientras que consumen pequeños peces –aquellos que los humanos comen fritos– vaciando los mares de otras especies, las aguas se llenan de medusas en números extraordinarios. La riqueza de los anteriores ensamblajes marinos está desbordada. El océano se vuelve monstruoso. Llenando los mares con sustancia viscosa, las medusas son seres pesadillescos de un futuro en el cual sólo los monstruos pueden sobrevivir.

¿Cómo surgió tal monstruosidad? Aquellas ctenóforas del Mar Negro –tan inspiradoras como terribles– llegaron en el agua de los balastos de barcos recientemente, en los años ochenta. Tomaron los mares demasiado tibios, vaciados por la sobrepesca y la contaminación de los asfixiantes vertidos de agricultura industrial. Bajo otras condiciones, las medusas son capaces de convivir bien con otras especies. Si las medusas son monstruos, es a causa de sus enredos con nosotros. Las medusas se vuelven abusivas por las embarcaciones, la sobrepesca, la contaminación y el calentamiento global producto del humano moderno. En todos nuestros enredos negligentes con la vida más-que-humana, nosotros, los humanos, también somos monstruos. 

Los arrecifes de coral son monstruos. Sus pólipos surgen de los arrecifes creados por ellos mismos, pero no sólo por ellos. Como las quimeras míticas de la antigua Grecia –las bestias inventadas con la cabeza de un león, el cuerpo de una cabra y la cola de una serpiente– los arrecifes de corales están hechos de partes desparejas –animales, plantas y más– que se mantienen juntas en coordinaciones frágiles. A diferencia de las medusas, las aguas tibias no convierten a los corales en seres abusivos; más bien al contrario, ahuyentan dinoflagelados simbióticos, debilitando los corales. La necesidad de trabajar juntos hace posible la vida coralina; de hecho, la simbiosis es esencial para la vida en la Tierra. Pero la simbiosis también es vulnerable. Los corales, como las medusas, están unidos a otros en mundos rápidamente cambiantes, pero para ellos las relaciones trastornadas no llevan a una reproducción desordenada, sino al acaecimiento y la muerte. En todos nuestros enredos vulnerables con vida más-que-humana, nosotros, los humanos, somos monstruos también. 

Los monstruos son figuras útiles con las cuales pensar el Antropoceno, este tiempo de masivas transformaciones humanas sobre las vidas multiespecies y sus efectos desiguales. Los monstruos son la maravilla de la simbiosis y la amenaza de la disrupción ecológica. Las actividades humanas modernas han desatado nuevas y aterradoras amenazas: desde predadores invasivos como las medusas, hasta nuevos agentes patógenos virulentos y procesos químicos fuera de control. Las actividades humanas modernas también han expuesto las cruciales y antiguas formas de monstruosidad que la modernidad intentó extinguir: los enredos multiespecies que hacen florecer la vida a lo largo de la tierra, así como también en los arrecifes de coral. Los monstruos en este libro, entonces, tienen un doble significado: por un lado, nos ayudan a prestar atención a los antiguos enredos quiméricos; por el otro, llevan nuestra atención hacia la monstruosidad del hombre moderno. Los monstruos nos piden que consideremos las maravillas y terrores de los enredos simbióticos en el Antropoceno. 

En las indeterminadas condiciones de la herida ambiental, la naturaleza es de repente nuevamente extraña. ¿Cómo encontraremos nuestro camino? Quizás las sensibilidades del folclore y de la ciencia ficción –así como los monstruos y los fantasmas– pueden ayudar. Mientras que los fantasmas (que aparecen en la otra sección de este libro)1 nos ayudan a leer los enredos de la vida en paisajes, los monstruos nos llevan hacia la enredada vida simbiótica a través de cuerpos. El formato en dos caras de Arts of living on a damaged planet [El arte de vivir en un planeta herido] presenta fantasmas y monstruos como dos puntos de partida para los personajes, agencias e historias que desafían la doble arrogancia del hombre moderno. Contra la fábula del Progreso, los fantasmas nos guían a través de vidas y paisajes acechados. Contra la arrogancia de lo Individual, los monstruos resaltan la simbiosis, el involucramiento de cuerpos dentro de cuerpos en la evolución y en cada nicho ecológico. De manera dialéctica los fantasmas y los monstruos perturban al antropos –el término griego para “humano”– desde su presumido centro de la escena en el Antropoceno al resaltar las redes de historias y cuerpos desde los cuales toda vida, incluyendo la vida humana, emerge. Más que imaginar espectros fuera de la historia natural, los monstruos y fantasmas de este libro son partes observables del mundo. Las aprendemos a través de prácticas múltiples de conocimiento, desde las vernáculas hasta la ciencia oficial, y delineamos inspiración para ambas, tanto las artes como las ciencias, para que trabajen a través de los géneros de observación y de contar historias. 

 

El arte de prestar atención a los entrecruzamientos productivos

 

Es inusual que los científicos naturalistas y humanistas tengan algo más que conversaciones al pasar acerca de sus trabajos, sin embargo aprender sobre las condiciones de habitabilidad en estos tiempos peligrosos debería ser una tarea en común. Consideremos, entonces, el entusiasmo del siguiente intercambio.

En la conferencia de 2014 que forma la base de este libro, la historiadora Kate Brown disertó sobre el sufrimiento de los residentes de un antiguo distrito de producción de plutonio en Rusia, donde las trazas radioactivas todavía fluyen a través del suelo y el agua. Los cuerpos de los residentes estaban cargados de enfermedad e inquietud. Se quejaban de fatiga y dolor crónicos, y trastornos digestivos, circulatorios e inmunitarios; mostraron las cicatrices de múltiples operaciones. Aun así, los doctores no pudieron encontrar un rastro claro que relacionara sus múltiples enfermedades con la radiación de la planta de plutonio. Los físicos buscaron cánceres tradicionalmente asociados a la exposición a la radioactividad, pero no encontraron ninguno. Las enfermedades inespecíficas de los pacientes no entraban en las categorías de diagnóstico estandarizadas, y los doctores les dieron la espalda dejándolos sin tratamiento. Los residentes se sintieron ignorados y traicionados. 

La microbióloga Margaret McFall-Ngai escuchó la conferencia de Brown con interés: reconocía cada síntoma enumerado por Brown en su propia investigación, la cual se enfocaba en cómo los microbios afectan el desarrollo de organismos, incluyendo los humanos. Más que una queja dispersa, un producto del mal vivir, como los doctores habían sostenido, McFall-Ngai pensó que esos malestares podrían fácilmente deberse a una causa: mutaciones en las bacterias intestinales. Dosis crónicas de radiación que podrían no haber estimulado aún una célula cancerígena humana pudieron haber causado fácilmente mutaciones bacterianas. Parece probable que los residentes del distrito de la planta de plutonio estuvieran sufriendo por las heridas de sus acompañantes microbianos. 

Sufriendo las heridas de otras especies: esta es la condición del Antropoceno, para humanos y no humanos por igual. Este sufrimiento es una cuestión no sólo de empatía sino también de interdependencia material. Estamos mezclados con otras especies; no podemos vivir sin ellas. Sin las bacterias intestinales no podemos digerir nuestra comida. Sin dinoflagelados endosimbióticos, los pólipos coralinos pierden su vitalidad. Sin embargo, tales monstruosidades fueron repudiadas por la organización del progreso industrial moderno. Irónicamente, la negación de los enredos monstruosos volvió a este rasgo hacedor de vidas contra nosotros. Las campañas industriales exterminan las impurezas, debilitando las coordinaciones que hacen posible la vida. Las plantaciones producen monocultivos que niegan las intimidades de las especies compañeras. Los tambos y campos ganaderos modernos crían un puñado de razas sobrealimentadas. Un nuevo tipo de monstruosidad nos ataca: nuestros enredos, bloqueados y ocultos en estas simplificaciones, regresan como patógenos virulentos y toxinas esparcidas Los químicos industriales entretejen su camino a través de nuestras redes alimentarias; derivados nucleares nos enferman, no sólo a través de nuestras células humanas sino también por medio de nuestras bacterias.

¿Cómo deberíamos abordar tales retrasos de lo moderno? Pensando juntas, una historiadora y una microbióloga encontraron un nuevo problema de investigación, un problema a la vez específico y de gran relevancia para nuestros tiempos. La curiosidad interdisciplinaria sobre los mundos microbióticos de los residentes afectados por la radiación abre preguntas sobre las mezclas multiespecies que hacen a nuestros mundos. Brown y McFall-Ngai contribuyeron ambas en este libro y su diálogo es a la vez un ejemplo y una parábola para el trabajo que Arts of Living on a Damaged Planet [Las artes de vivir en un planeta herido] busca llevar a cabo. Vivimos en un planeta herido por humanos, contaminado por la polución industrial y que pierde especies cada año, aparentemente sin posibilidad de limpieza o recambio. Nuestra continua supervivencia pide que aprendamos algo sobre cómo vivir y morir mejor en los enredos que tenemos. Necesitamos ambos sentidos de monstruosidad: los enredos como vida y como peligro. 

 

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Julia Padilla, Afelpada, 2020 Látex, varilla metálica, porcelana fría, caracol, pelos, 150 x 30 x 20 cm
 

Pero, debemos preguntar, ¿quiénes somos “nosotros”? 

 

En el siglo XX, las ciencias sociales y naturales imaginaron por igual el mundo como compuesto de individuos, con distintos cuerpos, genomas e intereses investidos. Las simbiosis, cuando fueron reconocidas, eran consideradas raras, anomalías en un mundo caracterizado por la autonomía individual y la incansable competencia. Resulta que tales supuestos eran erróneos. La investigación del siglo XXI sobre organismos, que abarca desde bacterias e insectos hasta mamíferos, ha demostrado que la simbiosis es un casi-requisito para la vida, incluso para el Homo sapiens. Como explica el biólogo desarrollista Scott Gilbert en esta parte del presente volumen, nuestros cuerpos contienen más células bacterianas que humanas. Sin las bacterias, nuestro sistema inmunológico no se desarrolla correctamente. Incluso la reproducción parece ser habilitada por las bacterias. La vida, dicho simplemente, es simbiosis “en todo su camino”.

Como sugiere Donna Haraway, reconocer la importancia de haceres simbióticos (simpoiesis) es solo el principio de “seguir con el problema”. Las relaciones simbióticas deben ser constantemente renovadas y negociadas en los enredos de la vida. Cuando las condiciones cambian repentinamente, las relaciones que sostenían la vida, a veces, se vuelven mortíferas. El caso de las exposiciones crónicas a radioactividad en baja dosis nos muestra qué puede suceder cuando las alianzas simbióticas se rompen: microbios intestinales esenciales mutan en enemigos causantes de enfermedades. Las simbiosis son vulnerables; el destino de una especie puede cambiar ecosistemas enteros. Como Ingrid Parker nos recuerda en su ensayo, la caza comercial de nutrias marinas en el Pacífico de América del Norte convirtió a los bosques de algas marinas en estériles poblaciones de erizos marinos; sin las nutrias, los erizos tomaron el lugar. Debido a que estaban conectados por ecologías de suelo comunes, conjuntos enteros de pastos perennes y flores silvestres desaparecieron en California con la invasión de los pastos anuales europeos. Este es uno de los desafíos de nuestros tiempos: enredos con otros hacedores de vida posibles, pero cuando una relación se desvía, las repercusiones se propagan. 


 

¿Qué tipos de monstruos somos nosotros ahora?

 

La vida fue monstruosa casi desde sus comienzos. En tiempos antiguos las procariotas (bacterias y arqueas) dieron nacimiento a monstruos en los cuales un organismo sepultó a otros o unieron inmoderadas relaciones, formando células nucleadas y organismos multicelulares llamados eucariotas. Desde entonces, hemos embrollado en nuestras mezclas y revoltijos. Toda vida eucariótica es monstruosa.

El Iluminismo europeo, sin embargo, intentó proscribir a los monstruos. Los monstruos eran identificados con lo irracional y lo arcaico. Los seres de categorías cruzadas eran aborrecibles para las formas de ordenamiento del mundo del Iluminismo; a veces eran clasificados como cosas del diablo, la antítesis de la pureza divina. Martín Lutero, el reformista protestante, identificó a la Iglesia católica con la monstruosidad: en una vívida imagen, propuso un asno papal, una criatura con la cabeza de un asno y los pechos y vientre de una mujer. Lutero ayudó a forjar lo que pensamos como el mundo moderno a través de su campaña contra los monstruos de categorías cruzadas. Pero las formas del progreso y la racionalización que el Iluminismo y la Reforma desencadenaron han demostrado ser mucho más espeluznantes que las bestias que buscaron proscribir. Para pensadores posteriores, la racionalización significaba la individualización, la creación de individuos humanos y no humanos, distintos y alienados. Las prácticas de paisajismo que siguieron a estas nuevas figuras imaginaron el mundo como un espacio lleno de entidades autónomas y reinos separables, que podían fácilmente ser alineados con las fantasías capitalistas de crecimiento infinito producto del trabajo alienado.

Irónicamente, la monstruosidad de los monocultivos depende de las múltiples relaciones multiespecies que niega. La antropóloga Marianne Lien acerca un ejemplo sorprendente de esta lógica de negación y dependencia en las crías de salmón noruegas. El acuocultivo comercial pretende producir exclusivamente salmón, pero esto se ha demostrado imposible. Cuando se mantiene al salmón en espacios cerrados, las poblaciones de piojo marítimo –un parásito natural de los peces, pero normalmente esparcido en el espacio– explotan. Como el piojo amenaza la salud de los peces, los criaderos primero volcaron baños químicos y alimentos medicados, pero el piojo rápidamente se volvió resistente a las drogas. Esta situación forzó a los criaderos a convertirse en una intervención multiespecie: introdujeron lábridos, un amante de piojos, un “pez limpiador”, dentro de los espacios cerrados de cría de salmones para que se comieran los parásitos de los cuerpos de los peces. Pero las poblaciones de lábridos salvajes eran demasiado pequeñas para las necesidades de la industria, entonces tuvieron que comenzar a realizar criaderos de lábridos. El lábrido tenía su propio hábitat de relaciones: cuando joven, el lábrido requiere de una dieta de pequeños crustáceos, servidos vivos. Estos copépodos (crustáceos en cuestión), sin embargo, probaron ser difíciles de colectar, así que ahora, también, deben ser criados. 

Las “simplificaciones” de la cría industrial se multiplican más allá de la especie preferida originariamente. Sus modificaciones multiespecies crean aun más monstruos –explotando cantidades de parásitos, bacterias resistentes a las drogas y enfermedades más virulentas– al alterar e invertir los monstruos que sostienen la vida. Las simplificaciones ecológicas del mundo moderno –producto del aborrecimiento de los monstruos– han vuelto a la monstruosidad, nuevamente, en nuestra contra, conjurando nuevas amenazas para la posibilidad de vida. 


 

Empezamos por prestar atención

 

Las seductoras simplificaciones de la producción industrial amenazan con enceguecernos ante la monstruosidad en todas sus formas, al cubrir tanto las relaciones vitales como las conexiones destructivas. Entierran ríos antes vibrantes bajo el hormigón urbano y ocultan las crecientes desigualdades bajo los discursos de libertad y responsabilidad individual. De alguna manera, en medio de las ruinas, debemos permanecer lo suficientemente curiosos para notar lo extraño y maravilloso, así como lo terrible y aterrador. La Historia Natural y la observación etnográfica –en sí mismas producto del proyecto moderno– ofrecen puntos de partida para tal curiosidad, junto con las prácticas de conocimiento vernáculo e indígena. Tal curiosidad también significa trabajar en contra de las nociones singulares/individuales de la modernidad. ¿Cómo podemos reutilizar las herramientas de la modernidad contra los terrores del Progreso para hacer visibles los otros mundos que ha ignorado y herido? Vivir en tiempos de catástrofe planetaria comienza entonces con una práctica a la vez humilde y difícil: prestar atención a los mundos que nos rodean.

Nuestros monstruos y fantasmas nos ayudan a prestar atención a paisajes de enredos, cuerpos con otros cuerpos, tiempo con otros tiempos. Nos asisten en nuestro llamado a un modo particular de prestar atención, uno que se inspira en la observación científica junto con la etnografía y la teoría crítica. La experta en hormigas Deborah Gordon encarna las formas de curiosidad que esperamos cultivar. En lugar de dejarse llevar por las teorías económicas liberales, enfocadas en la determinación individual de los resultados del grupo, Gordon comienza con preguntas sobre el "comportamiento colectivo", ya en el reino de lo monstruoso. Como bióloga comprometida con el trabajo de campo a largo plazo, Gordon ha pasado más de dos décadas observando las interacciones de las hormigas con el ojo de una historiadora natural. Basándose en estas observaciones, ha diseñado nuevos tipos de experimentos que muestran las flexibles interdeterminaciones de las relaciones entre hormigas. Donde otros observadores sólo vieron "castas" rígidas y mecánicas, Gordon pudo notar cómo las hormigas no son individuales sino más bien sentidos y señales cambiantes que responden a situaciones de contacto así como a su ambiente. De manera similar, la micóloga Anne Pringle se adentra en el monstruoso mundo de los líquenes, enredos de algas y hongos. Para estudiar los líquenes, Pringle debió comenzar por abandonar las unidades modernistas de individuos y poblaciones.

Los modos de prestar atención que proponemos son deliberadamente promiscuos. La rígida segregación de las humanidades y las ciencias naturales fue la ideología para la conquista del hombre moderno, pero es una herramienta pobre para la supervivencia colaborativa. La supervivencia de co-especies requiere tanto de las artes de la imaginación como de las especificaciones científicas. Pero el conocimiento académico simbiótico necesita tiempo para desarrollarse: muchos académicos en este libro han pasado décadas en diálogo con otros más allá de sus campos. Quizás contra toda intuición, detenernos para escuchar al mundo –al mismo tiempo empírica e imaginativamente– parece ser nuestra única esperanza en un momento de crisis y urgencia.

Nuestros modos de prestar atención, sin embargo, son en sí mismos monstruosos en su conexión con la conquista del hombre. Mucho de lo que sabemos sobre la conexión ecológica proviene de rastrear el movimiento de la radiación y otros contaminantes. La contaminación a menudo actúa como un "trazador", una forma de ver las relaciones. Notamos las conexiones en parte a causa de su ruina; vemos la importancia de los dinoflagelados en los arrecifes de coral sólo cuando los corales se blanquean y mueren. Es urgente que empecemos a prestar atención a más de nuestros compañeros antes de matarlos por completo.


 

Escuchamos los modos de contar historias

 

Algunos tipos de historias nos ayudan a darnos cuenta; otros se interponen en nuestro camino. Los héroes modernos –los guardianes del progreso en todas las disciplinas– son parte del problema. Así, por ejemplo, McFall-Ngai ha sugerido que a la bióloga Lynn Margulis, quien fue la primera en imaginar la simbiosis como el origen de las células, no se le ha concedido el reconocimiento que merece debido a que es mujer y, por lo tanto, no apta para la condición de héroe. Los científicos varones tienden a citar sólo a hombres, explicó, mientras que las mujeres científicas tienden a citar a científicos hombres y mujeres por igual. A menos que aprendamos a escuchar más ampliamente, podemos perder la mayor historia de la vida en la Tierra: la simbiogénesis, la co-creación de seres vivos. Las prácticas de narrar historias importan. 

Varias formas de notar y contar se reúnen en Las artes de vivir en un planeta herido. Comenzamos con la escritura creativa, el estímulo necesario para imaginar el pasado, el presente y el futuro. Ursula K. Le Guin abre esta mitad del volumen. Ella nos lleva al proceso mismo de la escritura, siempre parte de otras historias: "Es apenas parte de una historia, en realidad un montón de historias / si tan sólo escuchase." Allí nos enseña a temer con propiedad: "La blancura cruzó el continente / una niebla venenosa por donde pasó / los pueblos quedaron vacíos / los hogares y los caminos abandonados". Y aun así nos muestra maravillas, ya que el océano "sostiene a las ballenas con tanta ligereza / como el cuerpo sostiene el alma", incluso cuando mezcla el "lento remolino de polímeros pelágicos" y residuos radiactivos. La escritura creativa nos invita a imaginar el mundo de manera diferente, a escuchar más allá de los titulares de los periódicos, a escuchar esas historias tranquilas sobre el Antropoceno susurradas en pequeños encuentros. La escritura imaginativa nos lleva a lo que Donna Haraway, en su capítulo, llama "activismo artístico-científico", "prácticas simbióticas para vivir en un planeta herido".

 

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Mercedes Azpilicueta, Armadura suave IV [Fantasma Barroco], 2018 Fotografía: Guido Limardo - Museo de Arte Moderno de Buenos Aires

 

A estos marcos imaginativos añadimos las ciencias de los cuerpos caídos dentro de cuerpos, desde la biología del desarrollo hasta la ecología, y desde la observación de las hormigas hasta la reflexión sobre los elefantes y rinocerontes extintos. Nos muestran líquenes, mujeres en parto, extrañas criaturas marinas, flores silvestres desaparecidas y mucho más. Entonces también necesitamos las humanidades ambientales y las ciencias sociales, que nos hablan de historias, culturas y textos humanos y no humanos; nos conducen a ensambles de poder y significado. Seguimos a lobos, monstruos tentaculares, zorros voladores y troncos de castaños. También hay académicos híbridos que trabajan a través de estas líneas, como Donna Haraway, bióloga y teórica cultural; Karen Barad, física del campo cuántico y filósofa feminista; y Andrew Mathews, silvicultor y antropólogo. Nos muestran cómo sobrepasar las exclusiones que bloquean nuestra atención al entrelazamiento de especies cruzadas. Seguimos tipos de historias que nos llevan más allá del individuo moderno. Mirar y escribir: estas, también, son las artes de vivir.

No todas las historias son igualmente útiles para involucrarnos en la supervivencia colaborativa, las artes de vivir en un planeta herido. En su ensayo "La teoría de la ficción de la bolsa de mano", Ursula Le Guin cita un glosario de Virginia Woolf en el que define el "heroísmo" como "botulismo". Esta encantadora e inesperada definición puede volver a enmarcar el problema de la habitabilidad en el Antropoceno. El "heroísmo" de Woolf podría ser la representación de la conquista del Hombre sobre la Naturaleza. Esta forma de heroísmo ha sido un sueño de la modernidad y una causa de los temores contemporáneos por la vida en la Tierra. Conquistas heroicas, desde grandes represas hasta relocalizaciones masivas, han sido actos peligrosos, que acabaron con muchas vidas. El botulismo es una forma de intoxicación alimentaria que se asocia más comúnmente con los enlatados; el mundo anaeróbico dentro de la lata puede fomentar el crecimiento de la bacteria Clostridium botulinum, productora de toxinas. Estas bacterias son comunes en el suelo y el agua, pero sólo producen toxinas en condiciones especiales, como la vida dentro de una lata. La lata de aluminio, un invento de mediados del siglo XX, es un ícono representativo de la civilización moderna y la distribución industrial. El botulismo en la lata es, de forma similar, un ícono de las monstruosidades del Antropoceno. Al igual que la contaminación radiactiva y la proliferación de piojos de mar, el botulismo se produce desde el corazón de la modernidad. El heroísmo –la historia del progreso moderno– puede así ser leído, de hecho, como botulismo. La habitabilidad en el Antropoceno se ve amenazada por estas historias y prácticas heroicas que se considera que han hecho grande al hombre.

¿Existen alternativas al heroísmo/botulismo? El ensayo de Le Guin sugiere "bolsas de carga" como otra forma de contar una historia. Recolectar ofrece historias con arcos temporales más complejos, argumenta; en lugar de que un héroe haga el futuro por sí solo, hay enredos y pérdidas de muchos tipos.

Los monstruos son cuerpos que caen dentro de cuerpos; el arte de contar monstruosidades requiere de historias que caen dentro de historias. Esto es lo que la crítica literaria Carla Freccero nos muestra a través de su atención a los mundos conjuntamente material y semiótico de las relaciones entre lobos y humanos. Mientras se desliza entre los tropos literarios del "lobo solitario" y las prácticas de matanza de lobos, los bosques se convierten en fábulas y se convierten en política. Los mundos materiales y las historias que contamos sobre ellos están ligados entre sí. El biólogo Andreas Hejnol nos muestra una vertiginosa gama de formas corporales, desde las tenias hasta los tunicados, en la que cada organismo hereda las soluciones evolutivas de sus predecesores; los antiguos planes corporales siempre se mezclan con las formas de vida contemporáneas. Si no dejamos que las "escaleras" del progreso nos posean, nos vemos forzados a reconocer lo monstruoso de la transformación. Los sistemas de clasificación son también historias de monstruos y de fantasmas. La cuestión de los monstruos tampoco puede detenerse en los límites de la vida. Un volcán de barro antropogénico, el tema del ensayo del antropólogo Nils Bubandt, es monstruoso en la forma en que hemos estado describiendo: tanto parte de nuestra conexión natural como una amenaza para la vida. Los espíritus y las piedras emergen del barro como nuestros nuevos compañeros simpoiéticos: se convierten en parte de nosotros y nos instan, como dice Haraway, a seguir con el problema.

En este espíritu, Las artes de vivir en un planeta herido está enredado en sí mismo. El volumen busca sacar, más que simplificar o desterrar, monstruos y fantasmas. Yuxtapone muchos géneros para mostrar cómo los diversos estilos de narración pueden informarse mutuamente, tanto para aprender sobre nuestro desafiado planeta como para forjar estrategias para vivir con otros en lo que aún está por venir.

Mientras que esta introducción utiliza monstruos para mezclar cuerpos, desafiando el reinado retórico del individuo autónomo, la introducción a la otra mitad de Las artes de vivir en un planeta herido utiliza fantasmas.2 Los fantasmas muestran las capas temporales de vivir y morir que dan forma a nuestros paisajes, haciendo tropezar la marcha hacia adelante del progreso. Los fantasmas, como los monstruos, son criaturas de enredos ambivalentes. Los paisajes ensamblados de múltiples especies vivas son posibles gracias a los fantasmas; las singulares líneas de tiempo del hombre moderno ocluyen nuestra visión. Dale la vuelta a este libro y sigue a los fantasmas.




Esta traducción fue realizada por Mercedes Claus y Pablo Méndez gracias al generoso acuerdo de los autores y de la editorial Minnesota University Press, que cedió los derechos gratuitamente para la difusión de sus escritos en español desde la Secretaría de Patrimonio Cultural – Ministerio de Cultura de la Nación y el Centro Cultural Kirchner, en el marco de Prácticas artísticas en un planeta en emergencia.

  1. “Ghosts on a Damaged Planet”, en Anna Tsing, Heather Swanson, Elaine Gan y Nils Bubandt (comp.), The Arts of Living in a Damaged Planet: Ghosts and Monsters of the Anthropocene, Minnesota, Minnesota University Press, 2017.
  2. “Introduction: Haunted Landscapes of the Anthropocene”, en Anna Tsing, Heather Swanson, Elaine Gan y Nils Bubandt (comp.), The Arts of Living…, op. cit.
ANNA L. TSING
ANNA L. TSING

Antropóloga. Es profesora de Antropología en la Universidad de California, Santa Cruz (Estados Unidos). Concibió la conferencia a partir de la cual se creó este escrito para tejer hilos comunes de curiosidad a través de las ciencias naturales, las humanidades, las artes y las ciencias sociales. Por su libro más reciente, The Mushroom at the End of the World: On the Possibility of Life in Capitalist Ruins [El hongo en el fin del mundo: sobre la posibilidad de vida en las ruinas del capitalismo], recibió el premio Gregory Bateson y el premio Victor Turner de escritura etnográfica.

HEATHER SWANSON
HEATHER SWANSON

Antropóloga. Explora las conexiones y comparaciones de las interacciones entre múltiples especies, con un largo interés en los mundos que el salmón y los humanos crean juntos. Es profesora adjunta en la Universidad de Aarhus e investigadora postdoctoral en el Proyecto de Investigación sobre el Antropoceno (AURA) de la Universidad de Aarhus (Dinamarca). Fue becaria en 2015-2016 del proyecto "Domesticación del Ártico en la era del Antropoceno", financiado y acogido por el Centro de Estudios Avanzados de Oslo (Noruega). Actualmente es profesora adjunta de la Universidad de Aarhus y directora del Centro de Humanidades Ambientales de la Universidad de Aarhus.

ELAINE GAN
ELAINE GAN

Artista e investigadora interdisciplinaria. Fabrica relojes y máquinas del tiempo como dispositivos especulativos para detectar y cartografiar mundos de otra manera. Trabajando en la intersección de las artes digitales, la antropología ambiental y estudios de ciencia y tecnología traza coordinaciones con cosas tan pequeñas como micorrizas y tan grandes como ríos. Gan enseña en la Universidad de Nueva York y dirige el Laboratorio de construcción de mundo multiespecie (Multispecies Worldbuilding Lab), un podcast experimental para crear una conciencia crítica sobre el cambio climático.

NILS BUBANDT
NILS BUBANDT

Antropólogo, profesor en la Universidad de Aarhus (Dinamarca) y co-coordinador, junto con Anna Tsing, del Proyecto de Investigación del Antropoceno (AURA) en la misma casa de estudios. Es editor en jefe de la revista Ethnos, con Mark Graham. En su libro The Empty Seashell: Witchcraft and Doubt on an Indonesian Island [La concha vacía: brujería y duda en una isla de Indonesia] explora la relación entre la monstruosidad y la incertidumbre.